Nadie hubiera pensado –por lo menos yo no, porque admitía la duda– en los años de euforia populista, que Hugo Chávez y su política ultrademagógica iban a hacer tanto daño a la querida Venezuela como puede fácilmente constatar todo aquel que no sea fanático ni obnubilado por la sinrazón. La República Bolivariana representa hoy los despojos de lo que fue el país boyante de antaño, el destino que perseguía todo inmigrante iberoamericano que no podía llegar a Estados Unidos o a Europa.

Quiero dejar bien claro que no estoy añorando a los gobiernos torcidos que antes manejaron ese país, pues hubo de todo como en toda América Latina, buenos y malos gobernantes, abusos de todo tipo, corrupción a trote mayor, pero ningún ciudadano en su sano juicio hubiera podido creer que las alienaciones de Chávez y el perjuicio que sus acciones ocasionarían a Venezuela alcanzarían en el 2015, por obra de sus fervientes sucesores, las dimensiones catastróficas que estamos presenciando.

Venezuela no tiene salida con el esquema actual. Ninguna. No solo que su presidente carece de preparación académica y de propia vida –es decir, conocimientos formales y experiencias de simple andar– para un ejercicio de tamañas dimensiones, sino que nadie de su entorno parecería que posee entre sus virtudes la capacidad disuasiva para hacer entender a la cúpula que gobierna que están caminando en línea recta –la más corta entre dos puntos como nos enseñaron en la escuela– hacia el abismo. Lo grave es que no son solo ellos, los que dirigen, quienes van rumbo al vacío: con ellos todo Venezuela si es que siguen pensando en alegres pajaritos como los que se le presentaron al folclórico Maduro, y si siguen sosteniendo que hay conspiraciones internas y externas para derrocar a ese gobierno inepto que se desmorona solo mientras el país y sus instituciones se derrumban.

Todos los líderes mesiánicos latinoamericanos de esta época, la mayoría todavía en el poder, vendieron ilusiones y el pueblo las compró pensando que era verdadera la idea de una sociedad más justa, más honesta, menos desigual, que llenara el espacio dejado por partidos políticos que no cumplieron con sus electores, pues favorecieron el amiguismo y la corrupción, lo que fue aprovechado por figuras emergentes, aunque ahora, por aquello de la historia circular, esos mismos hechos se repiten. Debo decir con énfasis, contrariando lo que se ha transmitido en estos años de demonización de los partidos políticos, que estos, a pesar de sus defectos nunca erradicados, son necesarios para el desarrollo de la democracia. Hay que respaldar su avance y mejoramiento, no su aniquilamiento y destrucción.

El camino trazado por Chávez, que lo sigue al pie de la letra su sucesor, acabó con la división de los poderes, la independencia de la Función Judicial y la libertad de la prensa independiente, y ese autoritarismo, que se copia en varios países iberoamericanos, ha llevado al precipicio al pueblo venezolano, pero el régimen de Maduro, en su incapacidad, sigue obstinado en ver conspiradores que solo habitan en la cabeza alucinada de su presidente, que mantiene además la ruta trazada de acabar con la inversión privada y terminar con todo emprendimiento. ¿Todavía quedan dudas acerca de por qué hay escasez de alimentos, medicinas y cien cosas más en Venezuela? ¿El 68% de inflación, la más alta del mundo, depende de los presuntos conspiradores? ¿La enorme inseguridad también?

Mientras la mayoría de los gobiernos americanos mira con indiferencia y complicidad hacia otra parte solidarizándose con el represor y no con el pueblo que dice defender, la Unión Europa expresó “su profunda preocupación” por la vigencia de los derechos humanos en Venezuela. Y gran parte del mundo, por la prisión arbitraria del alcalde de la capital elegido por el voto popular.

Ojalá pronto la patria de Bolívar, de Miranda, de Bello salga de la oscuridad profunda en que se encuentra sumida. Me duele Venezuela. (O)