Ha comenzado el fin de los neopopulismos latinoamericanos que ascendieron al poder cabalgando sobre la bonanza de los precios internacionales de las materias primas. Cada uno está rodando por pendientes diferentes, unas más inclinadas que las otras, y al son de sus propios ritmos. Aunque poco se ha hecho aún para elaborar una plausible tipología de las formas como esta clase de regímenes se evaporan, algunas notas parecen serles comunes. La más visible entre ellas es la casi primitiva manera como son sepultados.

Como a estos regímenes nunca les importó construir instituciones sólidas, reglas de juego claras y una cultura política de valores permanentes, y menos la formación de sistemas constitucionales democráticos –y lo poco que existía antes de su llegada, ellos se encargaron de destruirlo–, su retiro de la arena política puede llegar a ser altamente destructivo. En su desesperada neurosis por aferrarse al poder, e incapaces de voltear las páginas que ellos mismos han escrito, estos caudillos optan por llevar a los límites de la conflictividad y los extramuros del absurdo al tejido social que los aupó en su momento. El daño que causan a sus sociedades es mayor al que ellos se infligen a la hora de probar su propia medicina. Es la forma como la historia pasa sus facturas.

La manera como está naufragando el kirchnerismo en Argentina es sintomático del proceso de salida de estos gobiernos. La señora Fernández no solo que ha destrozado la economía de su nación, en evidente contraste con su economía personal, sino que va a terminar sus últimos días en la Casa Rosada enredada en un proceso penal, que luego devendrá seguramente en internacional, y que la seguirá como sombra por el resto de sus días. A ella, a su familia y a su entorno. De poco o nada le servirá tener por ahora de fiscal general a una señora de una lealtad incuestionable; o a una mayoría parlamentaria presta a cuidarle las espaldas; o un servicio de rentas implacable contra sus adversarios y ciego con sus aliados; o a una oposición débil y fragmentada.

Podrá designar a todas las comisiones de la verdad que a ella se le ocurran, y sacar de sus miembros todos los certificados de buena conducta que le sean posible. Hasta podrá lograr que por allí haya un juez amigo que se haga de la vista gorda, y termine sancionando a otros e ignorando su responsabilidad. Podrá pasarse echándole la culpa al golpismo, a la CIA, a la derecha o a la izquierda, o clamando que una conspiración mediática y judicial quiere desestabilizar su gobierno. En la soledad de su frenético narcisismo, podrá decir esto, y muchas otras cosas –unas más ridículas y trilladas que otras– que nada de ello logrará sacarla de la enorme maraña y laberinto que significa el crimen del fiscal Alberto Nisman, y por el cual acaban de marchar por las calles de Buenos Aires más de 400 mil personas en ordenado silencio y pese a un torrencial aguacero. (O)