Basta irse a las barriadas marginales de nuestras grandes ciudades y por donde no pasa la carretera principal en los poblados rurales para darse cuenta de que, para millones de ecuatorianos, la llamada revolución ciudadana significa poco. Los problemas de violencia, falta de trabajo, inseguridad, deficiencia de servicios básicos, educación de mala calidad e incultura continúan y se profundizan, lo que desmiente toda aquella maravilla que a diario informa el aparato oficial de propaganda. Por eso no es ocioso seguir inquiriendo por el futuro de las llamadas revoluciones e interrogarse acerca de si es responsable afirmar que, en ocho años, el país ya cambió.

¿Cómo se concreta un ambiente social adecuado para llevar a cabo una genuina transformación? Afectados por una violencia intimidatoria que proviene del poder, se nos limitan y dificultan cada vez más las críticas que podemos dirigir al poder, lo que es un indicativo, sobre todo, de la debilidad de las ideas del proyecto político gobernante. ¿A dónde van –y a dónde nos arrastran– las revoluciones autoritarias? El poeta y pensador Octavio Paz, que con El laberinto de la soledad problematizó las virtudes y las taras del pueblo mexicano, enfrentó en Postdata, de 1970, los extravíos a los que nos conducen los caudillos.

En México, la gran obra pública también sirvió para justificar la arbitrariedad y el abuso. Paz dijo: “No se puede sacrificar el pensamiento crítico en las alas del desarrollo económico acelerado, la idea revolucionaria, el prestigio y la infabilidad de un jefe o cualquier otro espejismo análogo”; esto es, pretender que un país cambió solo porque aumentaron el asfalto y las tuberías es una convicción exagerada de parte de quienes no pueden ver que lo revolucionario es potenciar una cultura de la convivencia. Según Paz, “sin democracia, el desarrollo económico carece de sentido”. No olvidemos que los espejismos son esas visiones de algo que creemos que es, pero que no es.

Refiriéndose a la Unión Soviética y a México, Paz expresó: “Toda dictadura, sea de un hombre o de un partido, desemboca en las dos formas predilectas de la esquizofrenia: el monólogo y el mausoleo. México y Moscú están llenos de gente con mordaza y de monumentos a la Revolución”. En sus momentos de apogeo económico, los líderes mexicanos y soviéticos prometieron a sus pueblos el oro y el moro. Y sus fracasos se explican porque “toda revolución sin pensamiento crítico, sin libertad para contradecir al poderoso y sin la posibilidad de sustituir pacíficamente a un gobernante por otro, es una revolución que se derrota a sí misma. Un fraude”.

Nos hace mal que se desechen principios democráticos que antes habían posibilitado nuestro accionar en libertad: el silencio no construye ciudadanía. Antes bien, hay que estimular la crítica incesante, incluso si es dura y burlona: “Una de la razones de nuestra incapacidad para la democracia es nuestra correlativa incapacidad crítica”, dijo Paz; y también: “Cualesquiera que sean las limitaciones de la democracia occidental (y son muchas y gravísimas: régimen burocrático de partidos, monopolios de la información, corrupción, etcétera), sin libertad de crítica y sin pluralidad de opiniones y grupos no hay vida política”. Tampoco hay que tomar por real ninguno de los espejismos. (O)