El que la Municipalidad de Guayaquil asuma a plenitud el control del tránsito en el cantón es un reto de grandes dimensiones, porque el desorden existente es igualmente de considerable magnitud, y por esta situación no será una tarea fácil que dilatará en el tiempo la obtención de satisfactorios resultados tanto para la propia corporación municipal como para los ciudadanos.

El día de hoy cada quien hace lo que le place, no hay respeto para las señales que son vulneradas sin ninguna sanción, entre otras cosas porque la Policía de Tránsito no existe en la ciudad, hay poquísimos uniformados que vigilen, controlen, extiendan citaciones o simplemente obliguen a observar las normas correspondientes a choferes y peatones.

El tránsito en la ciudad es una tarea inacabada desde hace 50 años o más, es la materia siempre pendiente de aprobar por parte de las autoridades cuya competencia les pertenece, pues incluye una multitud de asuntos: las personas que caminan por las calles, el transporte público prestado directamente o concesionado a cooperativas, o brindado por los particulares que se dedican a ese negocio, y el transporte privado de quienes conducen su automotor para su propio uso, y dentro de cada área una gama importante de rubros, todo lo cual relacionado además con la educación vial que tardará mucho tiempo en ser difundida pedagógicamente, y que tardará más todavía en ser asimilada y acatada por la población, la que maneja y la que no maneja.

Hay gente, montones de gente que conduce un vehículo sin respetar siquiera las líneas que demarcan los carriles en la calzada, muchos de ellos –aunque no lo crean– por ignorancia, otros claro porque no les importa contravenir voluntariamente la ley o el reglamento pues incluso hacen gala de ello, sobrepasan por el lado derecho, pitan con exageración, se estacionan en cualquier lado, especialmente los buses en mitad de la calle o donde sea; en las vías que tienen dos sendas en el mismo sentido van por la izquierda a baja velocidad, deteniendo el tráfico sin comprender el cambio de luces ni atender la bocina que acciona el conductor que quiere enseñarles, u obstruyen las bocacalles con total frescura, una de las contravenciones de tránsito más severamente sancionadas en los países desarrollados por el daño potencial que significa impedir el paso de un vehículo de emergencias (ambulancia, Bomberos, Policía, por ejemplo), pues varios segundos de retraso pueden significar la pérdida de una vida. Y no sería de sorprenderse que con la desvergonzada viveza criolla haya vehículos con el distintivo de personas discapacitadas que los utilicen individuos sanos para obtener preferencias que no les corresponden.

El espacio se me acaba para comentar con mayor detalle todo lo que le espera a la Agencia de Tránsito Municipal o como oficialmente se llame, entre otras labores el eterno desastre de los buses; el uso de taxímetros conforme está determinado desde hace varios años, pero que no se cumple porque su poderoso gremio siempre ha impuesto su querer en una tierra de nadie donde imperan la demagogia y el apoyo político movilizador; el uso eficiente de los pasos peatonales; la revisión vehicular anual, etcétera.

Y sobre la consulta popular que se anuncia sobre el valor de los pasajes, tiene dos defectos: las preguntas están mal formuladas, y nadie va a responder afirmativamente cuando le consulten si quiere pagar más. Elemental. Las tarifas deberían ajustarse automáticamente en un porcentaje prefijado cada vez que algún indicador (salario mínimo o inflación o cualquier otro) varíe. Nos evitaríamos pugnas y convulsiones verdaderas o simuladas. (O)