Alguna vez, trabajando con ese gran internacionalista y ecuatoriano que fue Diego Cordovés, cuya presencia seguimos extrañando, me decía que los discursos del Consejo de Seguridad había que escucharlos con atención a partir de la expresión “pero”. Ciertamente, en estos días, luego del asesinato de varios humoristas en París, varias declaraciones han utilizado el recurso de la hipocresía y del eufemismo. No pueden oponerse abiertamente a la libertad de expresión, ni codificar al asesinato como la “consecuencia” de los “excesos” de Charlie Hebdo. Entonces recurren a las expresiones valorativas de los derechos humanos, para luego de autobendecidos y trepados en el limbo pisando en las espaldas del papa Francisco, arremeter (“pero”…) contra el “libertinaje” en la comunicación. Son aquellos que se asocian con las libertades en el otro mientras la conculcan a los suyos. Muy común en la política latinoamericana y en la sociología de la familia (…).

Empezaré este artículo, entonces, desde otro punto de emisión. Condeno lo ocurrido y su significación sin ninguna salvedad. Sin ningún “pero”. En el concepto y en el principio no pueden constar excepciones. Esta constatación, surgida del concepto de liberalismo político, nos acerca a muchos derechistas e izquierdistas, ateos y creyentes. Es decir, a los de matriz libertaria. Ya en la práctica política (subrayo que no he apelado al liberalismo económico) existirán distancias. Es la esencia de las sociedades, que al procesarlas pacíficamente, nos permiten vivir juntos. Y en democracia, asociada irreversiblemente con el conflicto producto de los vectores diferentes que la conforman.

El “pero” no ayuda a quienes quieren tranquilizar a los fundamentalistas. Las sociedades dominadas por la intransigencia –o que intentan serlo– muestran la esquizofrénica correlación entre mayor sometimiento y mayor presión sobre el sometido. Lo ocurrido en París no es un problema de límites en la libertad de expresión. Es una matriz de mayores alcances, que históricamente hacen relación con Voltaire y con la libertad, en el plano conceptual; y, en el fáctico, acechada por unas formas de la extrema derecha y la extrema izquierda (…) lo que me recuerda (…) cómo y por qué llegué a la centroizquierda.

Charlie nos ha reconocido a los ciudadanos –locales y del mundo– en el laicismo. Es decir, en la radical independencia que debe existir de las religiones respecto de la sociedad y del Estado. El islamismo no es sinónimo de Estado teocrático. Cuando se lo admite, como lo hacen sus más destacados estudiosos, encontramos compatibilidades con la democracia. Y, fundamentalmente, cuando entendemos que en el islam existen vertientes interpretativas, es decir, una base de pluralidad teológica, que lastimosamente no es generalizable entre sus seguidores.

Charlie Hebdo es una revista que nació del movimiento libertario de mayo del 68. Muchos bebimos de esa fuente. Los más jóvenes no conocen a la revista como severa crítica de las dictaduras de Argentina, Chile y Bolivia. Estuvo allí. Militante. Tal vez solo recuerden a la mordacidad de la caricatura del papa en bikini, previo a su visita a Brasil. Y ahora de Mahoma, en sus dos versiones. Aunque más queda en mi retina, la lágrima en el ojo izquierdo de Mahoma, ejerciendo su “facultad” universal del perdón no solicitado.

¿Es preciso identificarse con la revista Charlie Hebdo para acceder a ella? No. Siete millones de ejemplares, con su respectivo multiplicador de lectores, lo muestran. Y, como en todo, si no te gusta un chiste, no te rías. Pero, por favor, no asesines en retaliación, ni persigas judicialmente al autor. La cárcel o la muerte no se justifica. Si el chiste político te gusta, tampoco, por ese hecho, pasas a formar parte de un partido político. Simplemente, de modo circunstancial, concurres a una forma de cohesión social.

Recuerdo que hace muchos años –en 1987– Luis Ramiro Beltrán, un boliviano notable, el primer premio MacLuhan (un equivalente al Nobel en comunicación), que entonces dirigía un programa regional de la Unesco desde Quito, me comentó cómo la aglomeración de chistes políticos, que para entonces se hacían en los medios sobre el presidente, se había convertido en un síntoma de la desconexión entre el liderazgo y la masa (…).

“...‘Charlie’, diario ateo, ha obrado más milagros que todos los santos y los profetas juntos” (…). “¿Qué es este follón? ¿Has visto cómo hablan de ti? ¿No te parece raro?”.

Los caricaturistas provocadores tienen una función en la sociedad, una función pública útil. Exacerban los rasgos de nuestras debilidades sociales e individuales, pero fundamentalmente recuerdan al poder, la posibilidad del uso arbitrario, a los acumuladores de recursos de cualquier tipo, que deben sujetarse a la sociedad. Es decir, cumplen una función de especialidad social, como varios otros estamentos. (No me estoy refiriendo a los estamentos como síntomas de desigualdad, sino de especialidad funcional).

Hay varios portadores del discurso en la sociedad. Los intelectuales, los profesionales, los periodistas, entre otros. La sociedad pluralista no los calla. Y los consumidores del discurso pueden escucharlos con respeto o irrespeto, con aprobación o desaprobación. Es la dinámica de las relaciones sociales. Admitir y procesar el discurso de los diversos agentes funcionales de la sociedad. Es la autogestión de la sociedad en la comunicación.

¿Quiénes produjeron el atentado de París? ¿Terroristas que pretenden el gobierno del miedo? (En todo caso terroristas frágiles que se persuadieron que una caricatura podía hacer daño a una religión poderosa como el islam). ¿Marginalizados sociales en la sociedad francesa que aspiran a la forma de vida de los no creyentes musulmanes y que por ello atentan contra esa forma de vida? (En todo caso marginales sociales, marginalidad producto de la sociedad francesa que utiliza al islam como instrumento reivindicativo). Una y otra posibilidad nos habla de una fuerte dificultad de integración, que no han llegado a concretar formas cohesivas más plurales, pese al renacimiento cultural de Francia.

En este punto, no puedo dejar de referirme a la intolerancia en rostro ecuatoriano. Hemos vuelto a ocupar el deshonroso puesto del país más intolerante de las Américas y de América Latina, consiguientemente. Nuestra intolerancia se origina más bien en los sectores de altos ingresos y, por derivación, podría referirse más bien hacia las élites y desde las élites hacia la sociedad. Este, que es un tema profundo de nuestro sistema político, trataré de incluirlo cuando pueda, pues conforma a nuestras más radicales debilidades democráticas. Por ahora, es el corolario del asesinato de París, que llevó a que un conjunto de ecuatorianos suscribiéramos un “manifiesto blasfemo”.

En sustancia, ese manifiesto blasfemo invocó a detener la intolerancia del pensamiento y la opinión ajenas a la libertad de expresión; a evitar el asesinato del humor, la ironía y la sátira, la libertad; a convivir con la necesidad humana de disentir, del derecho de blasfemar, de criticar los abusos del poder, de reír a costa de la vanidad de los gobernantes, de oponerse al autoritarismo y de rechazar a la autocracia.

El asesinato de París me ha conmovido profundamente. Debemos evitar que se vuelva a asesinar a esos caricaturistas, ejerciendo el derecho al pluralismo y haciendo que los otros lo ejerzan, buscando la tolerancia en nuestra nación y demandando que los valores republicanos sean rescatados de la basura, reivindicando los roles que la sociedad nos ha asignado y contrarrestando la agresión del poder megalómano cuando se siente referido.

Charlie Hebdo vivirá dentro de nuestras fronteras, cuando la comunicación sea normada por la autorregulación de la sociedad ecuatoriana, dejando la oscura calificación de la sociedad latinoamericana con la más tosca y grave acumulación de normas acerca del discurso público.(O)

Condeno lo ocurrido y su significación sin ninguna salvedad. Sin ningún “pero”. En el concepto y en el principio no pueden constar excepciones.