No importan los hechos, importa la historia que les da sentido. Por eso no sorprende la obsesión que vemos en distintos sectores políticos por imponer su versión de la historia sobre los hechos, como una manera de establecer una “verdad” que legitima su posición, sus errores, sus excesos, sus aciertos y la imagen que se desea sostener de sí mismos o sus agrupaciones.

Vivimos momentos dramáticos donde las noticias evidencian la manifestación brutal de la intolerancia en el mundo, pero eso también sucede en nuestros entornos cotidianos, que no son menos importantes. Humberto Maturana, dedicado a investigar sobre las relaciones humanas como entes biológicos-culturales, habla de cómo se pretende generar espacios de respeto mutuo mediante la exigencia, sin embargo, la exigencia es una acción que niega el respeto mutuo. Otro ejemplo, se quiere crear cooperación mediante la obediencia, aún cuando la obediencia es una exigencia que niega la cooperación.

Sucede también que cuando hay una intención de imponer una “verdad”, las voces tienden a centrarse en la crítica, en la descalificación, en la oposición de unos a otros. Pareciera que estamos muy limitados en nuestra disposición a colaborar, porque el colaborar no se hace entre relaciones de autoridad, sino en el mutuo respeto.

Con relación a la convivencia y la verdad, quiero compartir la postulación que ha hecho Maturana de tres nuevos derechos humanos: El derecho a equivocarse, el derecho a cambiar de opinión y el derecho a irse de un lugar sin dar explicaciones (este último propuesto por sus estudiantes).

Maturana plantea que el derecho a cometer errores es fundamental, porque si uno no tiene derecho a equivocarse no puede corregir los errores, porque no tiene cómo verlos. Los sistemas autoritarios jamás se equivocan, porque para equivocarse uno tiene que aceptar que no es dueño de la verdad.

Sobre el derecho a cambiar de opinión, resalta que vivimos en un mundo que nos exige ser iguales siempre. Ejemplo: a veces a uno lo acusan: “Usted hace 20 años dijo tal cosa, ahora está diciendo algo distinto”. La verdad es que hay ciertas cosas que quisiera no haber dicho jamás en mi vida, pero el haberme dado cuenta de que fueron indeseables me permite cambiar de opinión. Pero si el otro no me deja cambiar de opinión, ¿cómo suelto la verdad y acepto mi error? y tengo que soltar una verdad para tener otra.

No hay que exorcizar el deseo de compartir una visión de la verdad, sí el de imponerla. Sin aceptar al otro como un legítimo otro en la convivencia, no hay fenómeno social, y si queremos vivir en democracia, debemos estar conscientes de que esta se soporta en la certeza de que siempre existirá más de una verdad.

Como seres racionales, generalmente buscamos las coherencias e historias que se acomodan a lo que pensamos, a nuestra manera de ver y entender el mundo. Hay que estar conscientes de eso, y siempre estar dispuestos a dudar.

Entre tanto lenguajear, no sé por qué se me viene con cierta nostalgia esa frase de Borges en su cuento El otro duelo: “La falta de imaginación los libró del miedo y de la lástima”. (O)