Para construir entre todos el barrio de paz en el sector Nigeria, de la isla Trinitaria, se están dando talleres de formación personal que permitan a cada uno descubrir sus valores, sus posibilidades, todo lo hermoso que la vida les ha brindado.

Son 30 horas por semana en una especie de campamento, donde durante tres días los asistentes descubren en conjunto aspectos escondidos de sus personalidades. Todo el taller está centrado en aspectos positivos. Lo malo se señala demasiado y lo reconocemos de inmediato, pero descubrir lo bueno, lo valioso que somos, cuesta más. Sobre todo cuando se vive en esos sectores populares, donde solo decirlo crea un estigma para acceder a trabajos, para estudiar. ¿Qué puede haber de bueno en Nigeria? Cambiar esa percepción, cambiando la realidad del entorno y de los moradores, es el desafío.

Acostumbrados como están a promesas de todo tipo, muchas de ellas de líderes políticos que buscan sus votos y manosean y corrompen la organización popular, creando un barrio de mendigos que se mueve al mejor postor, apostar a la necesidad de formación en valores, además de la formación en actividades productivas y recreativas, es como nadar contra corriente.

Pero allí están. Una vez que concurren se enganchan con un taller dinámico, existencial, interactivo y exigente.

Como parte del proceso en que estamos embarcados, lo que más me ha llamado la atención es que lejos están en general de sus cuerpos. Hay como una burka invisible que les impide comunicarse de manera efusiva. En general, los varones más metidos dentro de su caparazón que las mujeres. Los ojos hablan, pero el resto del cuerpo está como paralizado. Encerrado, enmurado, protegido.

Sin embargo, nuestro cuerpo es la primera carta de presentación en sociedad cuando nos encontramos. Nada es más misterioso que el espesor de nuestro propio cuerpo.

Este cuerpo nuestro tan limitado y a la vez casi infinito, capaz de amar, de creer, de crear, de esperar, de gozar, de sufrir. Cuerpo que es nuestra casa, cuerpo que somos. Él es nuestro medio de comunicación por excelencia y a la vez el que con frecuencia la impide.

Transparencia y opacidad.

Aprender a reconocerlo y hacer de él un vínculo para encontrarnos con los otros a través de las palabras, de los gestos, de los silencios, es parte del proceso de generar una comunidad que se quiera, se respete, se ayude, sea creativa y esté orgullosa de ser lo que es, de su raza, su barrio, sus saberes.

Sabemos que en los barrios populares los cuerpos urbanos, con sus colores, la manera de vestirse de las personas, su alejamiento de los cánones de belleza de los concursos oficiales construyen relaciones de poder y son muchas veces silenciados e insultados por el poder socioeconómico y por la discriminación de la etnia a la que pertenecen. La política impacta en ese mundo tan personal y descalifica, ridiculiza, deslegitima, margina, excluye a los moradores de barrios conflictivos.

El proceso de los talleres ha llevado a los participantes a redescubrirse en sus posibilidades, en la risa, la sonrisa, el humor, la creatividad, y a expresarlo en una frase que junto con muchas otras definía esos días: amigas y amigos, gracias por este mágico compartir: somos seres maravillosos que nos relacionamos con seres también maravillosos. Sobre esos pilares se puede edificar un barrio de paz. (O)