Tengo en mis manos un libro muy esperado: la versión juvenil de la célebre novela, cuya edición nace amadrinada por la RAE y trabajada por Arturo Pérez-Reverte. Se cifran en mi mirada años de fidelidad a la gran obra cervantina, volcada en clases de secundaria y universidad, y flanqueada por varias actividades de divulgación. Mi memoria recorre las páginas satinadas de este cuidado ejemplar –barato para que sea adquirido masivamente, minuciosamente pensado para que sea digno de respeto–. Y capto la intervención de la mano ajena.

A eso vamos. Adaptaciones de Don Quijote de la Mancha ha habido incontables. Recuerdo que me enamoré de la historia cuando leía la revista argentina Billiken, en mi infancia, y que solo mostraba las ilustraciones de Doré con breves resúmenes al pie de cada imagen. Eso fue suficiente para que en una edad más apropiada ingresara al texto original y… fuera derrotada por él. El ejemplar que era de mi padre no tenía ninguna nota al pie de página y el léxico de la novela me desafiaba en cada párrafo. Debo de haberlo vencido en un tercer acercamiento.

El esfuerzo de Pérez-Reverte por “quitar las espinas” del camino de la lectura original luce favorable. Según él, ha cambiado unos cien arcaísmos –“ca a la orden de caballería…”, por ejemplo, con un olímpico “que”–, ha usado la actual ortografía española, y lo más notorio, ha eliminado las muy comentadas historias interpoladas o relatos insertos. Esta decisión impresiona y nos pone a meditar a los expertos porque en esas cinco o seis tramas se centran algunos de los más valiosos aportes del Cervantes vivo y, más que nada, del adelantado a su tiempo.

Para muestra un botón: luego de un acto de violencia, don Quijote es acogido por generosos cabreros y esa noche se repone, come con ellos, pronuncia su célebre Discurso de la Edad Dorada en el cual remarca los efectos de la igualdad, y se entera de una historia de amor y desdenes. Una hermosa joven no quiere corresponder a sus pretendientes y se ha retirado a vivir en la libertad de los campos. Su mayor enamorado se suicida y los demás la culpan a ella. Marcela irrumpe en una reunión y pronuncia un alegato de autonomía femenina que convence hasta hoy. Toda esta parte desaparece en la adaptación de Pérez Reverte y con ella, la novela de “El curioso impertinente”, las historias de amor del Cautivo y Zoraida, de Cardenio y Luscinda, de don Fernando y Dorotea.

El libro juvenil avanza en línea recta sobre las aventuras de la pareja don Quijote y Sancho, justifica la presencia de algún personaje secundario cuando el argumento lo requiere y reduce el número de capítulos y páginas. Si así se consigue el interés de lectores noveles, que se pruebe, me digo, en la preocupada sospecha de que solo un maestro hábil y personalmente convencido de la utilidad de esa lectura, podrá conseguir un animado trabajo en el aula con la edición de marras.

No descarto que todavía pueda darse en el seno de ciertas familias el estímulo a leer. Porque ahora regalar libros no sirve, si el gesto no viene acompañado de una pequeña “campaña de lectura”: conversar con la gente menuda sobre los contenidos deslumbradores de buena parte de los libros. Para que se abran y degusten las páginas del regalo. (O)