En su saludo de fin de año a los miembros de la Curia Romana, el papa Francisco les ha pedido preocuparse por las enfermedades que se padecen en la institución.

Católicos y no católicos hemos comentado sus palabras con cierta satisfacción, sin embargo, lo dicho puede aplicarse muy bien a cualquier organización. Tendríamos que preguntarnos si en ese caso, lo recibiríamos con igual ánimo.

La primera enfermedad mencionada por el papa fue la de sentirse inmortal e insustituible, sin defectos, privados de autocrítica. Probablemente, en nuestro país, entre las autoridades, y en nuestro ambiente de trabajo conocemos alguien así y, a lo mejor, por aquello de “privado de autocrítica”, no nos damos cuenta de que se trata de nosotros mismos. El diagnóstico según el papa sería que estamos muy enfermos.

La segunda fue el exceso de trabajo. Sí, así como lo leyó . Trabajar en exceso no es un mérito, es una enfermedad, porque los seres humanos necesitan descansar, distraerse, compartir con la familia lo bueno y lo no tan bueno que le sucede a sus miembros.

Y la petrificación mental y espiritual no se queda atrás. Cuando nuestra mente y nuestro espíritu no se abren a lo nuevo, a lo diverso, a la comprensión del otro y del mundo cambiante, no estamos contribuyendo al crecimiento y desarrollo social.

El exceso de planificación y de funcionalismo fueron también mencionados. Cuando actuar sobre la realidad debe sujetarse rígidamente a lo planificado y todo debe hacerse con exactitud, se corre el riesgo de fracasar, aunque no nos demos cuenta y no lo percibamos así, porque la realidad es cambiante, está sujeta a múltiples contingencias y las necesidades humanas también.

La rivalidad y la vanagloria son obstáculos para un buen trabajo de equipo y son el síntoma de que no se entiende la tarea como un servicio, sino como un medio personal para sobresalir y hacerse notar.

Lo anterior alimenta a los chismes y a la cizaña, que son un fuerte corrosivo de cualquier institución, como lo es ser víctimas de lo que el papa llamó el carrerismo y el oportunismo, es decir “pensar solo en lo que se debe obtener y no en lo que se debe ofrecer”.

La indiferencia hacia los demás, tuvo también su lugar en la lista, junto a la falta de humor y de alegría, que debe tenerse cuando se trabaja para los demás y, en el caso de los católicos, porque lo que se dice y lo que se hace debería ser anuncio de las enseñanzas de Jesús, es decir, de la Buena Nueva.

Todo lo anterior llevó al papa a hablar de una esquizofrenia existencial. Pero si somos sinceros, admitiremos que esto es también aplicable a la realidad de nuestros países, así como lo es otra de las enfermedades mencionadas: divinizar a los jefes.

El papa ha tenido la valentía de reconocer y plantear problemas que pueden destruir a una institución y al mencionarlos ha dado una lección de comportamiento personal e institucional, que muchas autoridades, por alto que sea su lugar en el organigrama, deberían aprender. (O)