Veinte mil personas.

Un 150 por ciento más del aforo total del estadio local. Es, más o menos, lo que se espera que hoy, jueves de Navidad, acompañen a una pequeña imagen religiosa en lo que vendría a ser la segunda manifestación tradicional navideña de los cuencanos: la pasada del Niño de Praga.

Se trata de la procesión hasta uno de los cerros de la zona sureste de Cuenca, donde está la capilla, repleta de placas de agradecimiento de parte de las familias de quienes emigraron convencidos de una suerte de intermediación divina: una oficina celestial del cruce seguro de frontera que ha dejado un interesante patrimonio a la “vidente” encargada de presagiar la fortuna o el infortunio de los viajes ilegales.

Esta segunda manifestación cultural navideña no ha sido muy estudiada ni desde la academia ni desde la artesanía intelectual de los folcloristas. No sé. Quizá hay una especie de celo por el pase original, el que ha puesto a Cuenca en los circuitos turísticos mundiales de cierre de año: el pase del Niño Viajero.

La Capilla del Niño de Praga ganó, silenciosamente desde hace más de cuatro décadas, su espacio en el imaginario del creyente católico “australiano”; digo, del habitante del Austro. No es solo su capilla, son las placas de agradecimiento, son las velas en permanente fuego, son las consultas, las premoniciones, las sanaciones para las enfermedades del cuerpo y del alma. Y ahora es su pase de diciembre.

Sin embargo, es imposible no referirse, a propósito de la fecha, al pase mayor de los cuencanos: el Pase del Niño Viajero. Cuenta la historia que en la década del sesenta un sacerdote de apellido Cordero llevó en su valija una imagen religiosa de un “Niño Jesús” de propiedad de sus antepasados. Lo llevó, dice esa misma historia, por Tierra Santa, por Roma, por la Europa más entregada a los cultos católicos. Y de regreso fue recibido por las beatas que exclamaban: ¡Llegó el viajero! Y allí se inició el viaje del Niño: le hicieron procesiones que con el paso del tiempo han llegado a concentrar hasta sesenta mil personas, más de tres veces el aforo del estadio local.

Tanto la una como la otra manifestación –Praga y Viajero– son también un claro ejemplo de la simbiosis cultural de tiempos de la migración, de días de la globalización, de minutos de la autopista de la información. Porque si antes eran el mayoral, el pastor, san José, la Virgen María, el rey mago, el ángel de la estrella, el negro danzante, el soldado romano, el toro y el buey, el incienso, el oro y la mirra… hoy son, además, el Spiderman, Papá Noel, Rambo, el militar, el policía, Goku, el finado Chavo del Ocho, eventualmente Quico, y un poco más de personajes que llegaron con la pantalla chica, la migración, los dispositivos móviles y los encargos de residentes en el exterior.

Más allá de todo, de los estudios sociológicos y las actualizaciones pendientes, el olor a incienso que inunda la ciudad por estos días, la invasión de la caballería cantonal y parroquial de los entornos del Azuay, la alegría contagiosa, marcan el nuevo ciclo por terminar: la Navidad cuencana, los pases, las tradiciones, hasta llegar al Año Nuevo.

Tiempos de cambio. (O)