Estas palabras que te escribo tendrán severas consecuencias; sobre todo para mí. Tus primos Dunn-Peña seguramente me reclamarán por qué no les he escrito un artículo a ellos, bajo la justa excusa de ser mis hijos (desconocen los escritos que les esperan). Tu tía Gabriela también reclamará uno de estos para Martín y tu prima, la que llegará este mayo; y seguramente, una huelga de sobrinos me recibirá cuando regrese a Ecuador. Y es que tengo la oportunidad de escribirte, porque se han conjugado tu reciente aterrizaje en este planeta, con el único ritual fijo que hay en mi vida: sentarme a escribir.

Llegaste hace casi un mes. En el cálido refugio que tus padres prepararon para tu llegada estás desconectada del alboroto ocurrido los días anteriores. Los trancones de tránsito, la gente amontonada en almacenes y bahías, el estrés de verse con todos; como si el mundo no llegara a superar el 1 de enero, y de comprarles “alguito, aunque sea”. Semanas de caos, tensión –y en ocasiones, hasta de violencia– para lograr construir fugaces momentos de paz y de armonía junto a nuestros seres más queridos. Así es, pequeña Sofía: el planeta en el que aterrizaste es tremendamente contradictorio.

Has llegado en vísperas de cambios y de incertidumbre. La violencia y la represión siguen. En ocasiones, estas encuentran maneras para disfrazarse de ley o de moral. Sin embargo, tengo la impresión de que el planeta entero está cansado de vivir sometido al miedo, de revivir enemigos del pasado, y de tomar decisiones siempre en contra; nunca a favor. Anhelo dentro de mí que dichos cambios se concreten, para bien de todos. Probablemente, tu generación sea la que logre derribar aquellos muros que nosotros ingenuamente creímos derrocados. Quizás tus contemporáneos sí logren un mundo de verdades y derechos prevalentes más allá del subjetivismo y de los intereses, como puente indispensable para encaminarnos a un planeta más próspero, justo y saludable.

Pero que estas adversidades no te asusten. Hay que tomarlas como desafíos, y no como amenazas. Además, tienes la fortuna de crecer en una familia que cuenta con un maravilloso superávit de solidaridad y cariño. A medida que crezcas, descubrirás las adversidades vencidas por cada miembro de la familia. Te endulzarás con la serenidad que inspira tu abuelo Rodrigo, y con el corazón de caramelo de tu abuela Rocío (se hace la dura, pero no le creas. ¡Es emotividad pura!). Y sobre tus padres, no puedo más que contarte la admiración y el respeto que les tengo. Su juventud no ha sido impedimento para lograr sus objetivos, incluso hasta mejor que muchos de nosotros.

Acá en Alabama morimos de ganas de conocerte en persona, de poder presenciar tus futuras travesuras. Para cuando tus padres lean estas palabras, las calles de Guayaquil se habrán calmado, al menos hasta mañana. Y para cuando tú puedas leer este recorte del pasado con tus propios ojos, mucho de lo que aquí te cuento serán recuerdos, que de vez en cuando se transformarán en “anecdotazos” disparados al aire, en reuniones familiares.

¡Feliz Navidad, pequeña Sofía! (O)