La justificación de Rafael Correa para dar por terminado el comodato del Estado con la Conaie confirma su visión de las organizaciones sociales: estas no pueden ser progresistas, menos todavía de izquierda, si son críticas del gobierno. Todo lenguaje que venga de ellas en contra del poder queda desvirtuado. Son traidores, conservadores y hasta golpistas. La revolución lucha día a día por apropiarse del lenguaje legítimo de la izquierda y ejercer desde allí un control sobre el campo popular en abierta pugna con todas las organizaciones sociales que pueden desafiar su dominio político. La estrategia sigue tres líneas: debilitar a las organizaciones sociales existentes (el caso de la Conaie), bloquear la participación generada por nuevas organizaciones (el caso YASunidos) e impedir la reactivación organizativa (el caso de los sindicatos).

En la última sabatina, Correa fue aún más lejos en sus críticas a la Conaie, todo para justificar una acción cuyo propósito apunta a debilitarla en su estructura organizativa. Para el presidente, vencer a la Conaie forma parte de un viraje histórico del Ecuador. Nos encontramos –dijo el mandatario– ante un punto de inflexión y la Conaie representa el pasado. El espíritu refundacional de Alianza PAIS no le permite reconocer la deuda política del actual proceso hacia una organización como la Conaie. Sin el movimiento indígena de la década del noventa, las condiciones para una agenda posneoliberal radical esgrimida por la revolución simplemente no se habrían configurado. El Gobierno no solo destruye capacidades organizativas, sino que se apropia de experiencias de lucha. Repite el mismo lenguaje que a su momento usaron otros mandatarios: la Conaie ya no representa a los indígenas, ahora los represento yo. Hemos vuelto a una nueva versión histórica de ventriloquia política, para usar un término de Andrés Guerrero. Correa habla por los indígenas, él es su voz, su rostro, su conciencia, su sentido de la historia.

Arrastrado por sus palabras, dominado por sus desaforados instintos políticos, por su deseo de control social y popular, el presidente cae en afirmaciones de una ligereza histórica y política inadmisibles. Poco menos le faltó decir el sábado que la revolución dejó atrás el problema indígena. “Yo sé que fueron víctimas de grandes injusticias, pero ese tiempo ya pasó, ahora tienen grandes oportunidades, las universidades y colegios son gratuitos. Basta de esa victimización y del paternalismo de cierta izquierda”. Al creer que “ese tiempo ya pasó” (visión mestiza y pequeño burguesa del ascenso social creada por la revolución); al retratarse como el liberador de un pasado con viejas y profundas raíces coloniales, las organizaciones indígenas perdieron su razón de existencia. Ahora deben ir calladitas, sin hacer política, detrás de la revolución lanzando loas al nuevo patrón, que les ha dado todo. ¡Qué más quieren estos indios malagradecidos, traidores! Suena a racismo y paternalismo de viejo cuño hacendatario. (O)