El 6 de septiembre de 1815, Simón Bolívar escribió desde Jamaica una carta llamada a ser fundacional, porque en ella afirmó: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los distintos estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América”. Nueve años más tarde libraría la última batalla de la independencia en Ayacucho y en 1826 convocaría al Congreso Anfictiónico en Panamá. Aunque murió tuberculoso, pobre y abandonado, sus ideas perduran, como las de un profeta y visionario.

El doctor Antonio Parra Velasco, uno de los más grandes ecuatorianos del siglo pasado, se inspiró en estas ideas y, al mismo tiempo que dedicó su vida al ideal bolivariano, elaboró una doctrina de Derecho Internacional que otros le pusieron su nombre. Consiste en que: “Los estados hispanoamericanos se encuentran de hecho unidos entre sí por un vínculo jurídico, de contenido espiritual, racial, cultural, moral, histórico y social, independiente de todo factor volitivo, que les impone una solidaridad de carácter obligatorio, que se traduce en el campo internacional en derechos y deberes especiales y en una limitación a la soberanía parcial de cada uno de ellos en beneficio de la comunidad integral, de la comunidad de estados que constituyen”. Tuve el privilegio de haber sido su alumno y escuchado el corolario de esta doctrina. El derecho que debe regirlos no debe ser el internacional, sino uno que él llamaba intranacional, porque formamos una “nación de repúblicas”. El maestro Parra enunció estos principios en la Conferencia de Estados Americanos reunida en Montevideo en 1933.

Parra era un ardiente nacionalista. Denunció los abusos cometidos por los estadounidenses en Panamá y Nicaragua, se opuso a la cesión de las Galápagos pretendida so capa de la defensa de las Américas; fue canciller, rector de la Universidad de Guayaquil y candidato presidencial en 1960. Recuerdo esta doctrina, porque ni siquiera se ha mencionado su nombre y porque podría inspirar los trabajos de la Unasur. Deberían consultar a uno de sus hijos, el excanciller Antonio Parra Gil.

Los americanos del Sur debemos unirnos en un sólido bloque para enfrentar los grandes desafíos del siglo XXI: la contaminación, el hambre, el narcotráfico y el terrorismo; aprender de los fracasos del Acuerdo de Cartagena y de la agonizante CAN; fortalecer el Convenio Andrés Bello, esforzarnos en pocas políticas esenciales y posibles, pero sobre todo armonizar y controlar lo que el mismo Bolívar advertía: los intereses disímiles y opuestos, que son la fuerza retardante de la historia, pues perjudican la unión.

En el pasado sí se hicieron y pensaron asuntos esenciales. Las estatuas que presidieran ese audaz y costoso edificio de la Unasur deberían ser las de los maestros de la unidad de Hispanoamérica: Simón Bolívar y Antonio Parra. Ojalá no se convierta en un sepulcro de Mausolo. (O)