Repentinamente tomamos el pulso a los recuerdos adormecidos en el alma, con la llegada de la Navidad. El espíritu va al encuentro de un mundo diferente, acompañado con el matiz del afecto.

En este mes parecen enderezarse los itinerarios del diario vivir, lucen las sonrisas, suenan las canciones, las emociones juguetean por todos los rincones del hogar a la espera de la llegada del hijo de Dios para alegrar el corazón. Soñamos con los afectos, dialogamos con las amistades que nos dejan gratos momentos, horas risueñas con el incienso de la Nochebuena.

La Navidad nos deja siempre huellas en el alma, añoranzas donde tiene cabida el amor noble y sincero que nos hace recordar las oraciones, y la música navideña. Cada año llegamos a la Navidad cargados de esperanzas, a recoger instantes de vida que se despiden con sabor a nostalgia.

Las alegrías se confunden con voces que no tienen respuesta, y los ojos de los niños se dirigen ansiosamente a las fantasías de las luces y en su interior habita la ternura.

En Navidad hay niños que viven con el alma arrugada por el hambre, el frío y las ilusiones no alcanzadas, inundados por la ternura angelical, llevando el beso de Dios en su frente.

En pocos días concluye el año 2014, las personas callan con resignación sus súplicas y el latido de su angustia secreta, tristezas con un sabor de nostalgia, sin que puedan tener respuesta para alejar de su espíritu los sufrimientos que vienen del ayer.

Tenemos que desprendernos de una parcela de tiempo para meditar con serenidad y anhelarnos que en el nuevo año tengamos el derecho a la paz, a la justicia, a la libertad y a la prosperidad.(O)

Matilde Altamirano Silva,
Licenciada en Bibliotecología, Quito