Ya se sabe que vivimos pendientes de los aniversarios y que, prontos a terminar el año, ya estamos pensando en el venidero. El 2015 nos trae dos venerables cumplesiglos que nos impactan porque somos fieles a las raíces españolas que es afirmar, en realidad, a la prosapia del querido idioma en que nos pensamos y nos decimos. Idioma poderoso, multiforme, cambiante y creativo a fuer de esas mismas cualidades identificadas en sus hablantes.

El mes de octubre reunirá dos fechas dignas de celebración y comentario que si bien se centrarán en España, se merecen las correspondientes réplicas en las comunidades que nos consideramos sus herederos. Se cumplirán 400 años de la publicación de la II parte de Don Quijote de la Mancha, uno de los libros más señeros de la humanidad, por aquello de que el venerable don Miguel se tomó una década para continuar las hazañas ofrecidas al terminar la parte anterior.

Los entendidos discuten sobre las cualidades de una y otra, como si se tratara de medir si el talento del gran Cervantes hubiera dado frutos desiguales. Discusiones aparte, la publicación de 1615 completa y cierra la figura del gran loco de la justicia. Lo mata para que ningún imitador –ya le había salido uno– pudiera usufructuar de su genial invención.

Hace 500 años, que se cumplirán con precisión el 28 de octubre del 2015, llegó al mundo una mujer excepcional que se llamó Teresa de Cepeda y Ahumada. Para algunos es importante que se la haya reconocido como santa de los altares; para otros, que su nombre haya quedado como Teresa de Ávila y dimensione los pensamientos y acciones de un ser humano que sintetizó en palabra viva e iniciativa permanente, lo que no se le permitía hacer a una mujer: expresar sus ideas, emprender actividades.

Como una tromba con ropaje talar e intensa personalidad, pese a su constante debilidad de salud, recorrió caminos y fundó la orden de los Carmelitas Descalzos, multiplicando los conventos y dando signos de tanta autonomía, que atrajo sobre sí la mirada de la Inquisición. El libro de su vida, nombre de su autobiografía, fue motivo de inquinas y denuncias contra ella. Pero siguió escribiendo sus reflexiones y experiencias místicas en varios libros que hoy se releen, felizmente, desde ópticas que permiten, pese a los cuestionamientos, la valoración de sus aportes. Cuánta oposición habrá sufrido en vida que en 1923, el papa Pío XI negó la petición de los carmelitas de declararla Doctora de la Iglesia con una sola frase: “Su sexo lo impide”.

La relectura de la obra de Teresa de Ávila es precisamente lo que busca la Comisión que prepara su aniversario desde hace cuatro años. Hay que liberarla de la imagen que le echó encima la dictadura franquista al declararla “la santa de la raza”. Hay que entender por qué Cervantes, Lope, Góngora y Quevedo le dedicaron poemas y dramas. Hay que recordar que es otro caso de una mujer que incomodó a su tiempo por el mero hecho de demostrar talento y emprendimientos.

Soy consciente de que se trata de autores y libros, cuya antigüedad parecería plantear una implícita distancia. Pero en ello radica el principal de sus valores, jamás envejecen. (O)