El inverso de esta afirmación podría no ser verdad, aun cuando los hombres más inteligentes del milenio, Newton y Einstein, eran creyentes.

La afirmación del titular es verificable estadísticamente en términos de promedios de poblaciones y el mecanismo de aumento del IQ es a través del comportamiento histórico que termina codificando el ADN, a través de las generaciones. Para ilustrar esto, les hablaré de Frodo, mi perro labrador retriever pura sangre que me obsequió Íder Valverde. Desde el primer día que le lancé un palo, él no podía evitar salir corriendo para traérmelo de vuelta. Tal comportamiento no se lo enseñé yo, lo accionó su información genética, la cual se programó a lo largo de los años durante los cuales cazadores adiestraron a esta raza para que les trajeran los animales que cazaban. Muchas razas nuevas han sido “creadas” por el hombre con fines específicos y a través de cruces especiales; es curioso ver cómo en apenas un par de siglos, estas terminan codificando en su biología el comportamiento inducido. Proporcionalmente a la sobrevivencia, dos siglos de a perros superan un milenio humano.

Algo similar sucedió con los creyentes. Hace 3,5 milenios Abraham creyó en Dios, lo dejó todo por él y se convirtió en padre biológico de los judíos, “el pueblo elegido”. Luego de 35 siglos de ser formados por Dios, los judíos han llegado a ser, en términos proporcionales al tamaño de su población, los de mayor cantidad de premios Nobel, patentes e inventos del mundo, son segundos en libros leídos y primeros en cantidad de computadoras per cápita; se trata de cuatro medidas altamente correlacionadas con el IQ. Ahora los judíos son reconocidos como de inteligencia superior en promedio, claro está. Qué hubo de diferente entre este pueblo y el resto de la humanidad, sino vivir su intermitente fe. A esta hora ya sabemos que no reconocieron a su Dios cuando vino a la tierra y esto me lleva a algo más hondo.

Con relación a Dios, el hombre tiene tres niveles: el pagano o ateo que no lo conoce, el judío que lo reconoce pero se adueñó de él, y el cristiano. Para ilustrar lo del judío citaré a uno que haciendo apología de su pueblo destacó que habían entregado a la humanidad el decálogo, pilar de las civilizaciones y legislaciones modernas; y recalcó que poco importaba si el decálogo había o no sido escrito por Dios, pues lo importante era, según él, su origen judío. Seguramente Dios se sonrió durante ese discurso. Finalmente está el cristiano, quien sabe que no es por mérito propio que progresa y se salva, sino por gracia de Dios; pero no se hagan ilusiones: en todos nosotros vive cada uno de estos tres niveles.

Volvamos a lo del IQ. Para quienes creemos en que Jesús es hijo de Dios, es sorprendente que él “agradezca” a su padre que no haya querido que los sabios de este mundo sean capaces de reconocerlo, sino solo los humildes y los pobres. A quienes nos negamos a pensar que el IQ, la razón, la ciencia y la tecnología son el aspecto superior del ser humano, nos parece tan natural que Dios aumente nuestra inteligencia, pero no la de la razón narcisista, sino la de nuestro corazón que nos permite ver al mundo con otros ojos y, si no comprender, al menos intuir y avizorar toda esa luz que existe en la vida y en el mundo a nuestro alrededor.

Que esta Navidad asumamos comportamientos que aumenten la inteligencia y sobre todo la sensibilidad de nuestros corazones.(O)

Luego de 35 siglos de ser formados por Dios, los judíos han llegado a ser, en términos proporcionales al tamaño de su población, los de mayor cantidad de premios Nobel, patentes e inventos del mundo, son segundos en libros leídos y primeros en cantidad de computadoras per cápita.