Como era de esperarse, el anuncio del acercamiento entre los Estados Unidos y Cuba luego de décadas de hostilidad ha generado gran entusiasmo y admiración entre quienes están a favor de la necesaria normalización de las relaciones entre dichos países, pero también repudio y sorpresa por parte de quienes sostienen que el anuncio es una claudicación, una traición a los principios que han marcado la invariable posición estadounidense respecto del gobierno castrista en las últimas décadas.
Particularmente considero que la decisión del presidente Obama marcará un positivo hito histórico, al vencer prejuicios geopolíticos que lo único que han logrado es consolidar el régimen de los hermanos Castro, inflamando al mismo tiempo la típica retórica antiyanqui. Uno de los argumentos principales esgrimidos por los opositores al anuncio es que se ha premiado al gobierno cubano sin que exista de por medio un mejoramiento de la situación política de la isla. En realidad y aún reconociendo el inexistente espacio democrático que tienen las voces opositoras en Cuba, resulta claro que Estados Unidos ha privilegiado en los últimos años relaciones políticas y económicas con países inclusive con menor disposición democrática, sin que ese factor se haya convertido en un tema insuperable.
Quizás para algunos conservadores puristas eso termine siendo una herejía, pero nadie debería dudar de que el tema de Cuba ha guardado históricamente una carga de prejuicios muy difícil de manejar. En esa línea, es posible advertir que el bloqueo impuesto desde el año 1960 ha terminado siendo un verdadero fiasco, pues en lugar de lograr un positivo viraje democrático, permitió inflamar los egos y antagonismos políticos de la tradicional izquierda latinoamericana, bajo el argumento “victimista” de que era la agresión imperialista la única causa y razón de todo lo malo que podría pasar en la isla. El bloqueo carece en la actualidad de objetivos razonables y de sustento ético, por lo que debe ser levantado en el menor lapso posible; en el momento que Estados Unidos tome esa decisión se percatará de cuántos años se han perdido en la búsqueda de nuevas vías democráticas en Cuba.
Un detalle adicional: posiblemente el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba no hubiese sido posible si no mediaba la iniciativa y la gestión de ese extraordinario líder espiritual que es el papa Francisco, cuya intervención fue agradecida tanto por Obama como por Castro. En estos tiempos de liderazgos fatuos y omnipotentes, la voz de Francisco se hace sentir como una prodigiosa estela de luz que alumbra el camino de muchos. Y a los que no, al menos los deja pensando. (O)