Voy a aventurarme con una serie de reflexiones, arbitraria e irresponsablemente articuladas, sobre un tema que me preocupa.

Me ha tocado trabajar con diversos grupos que hacen referencia a la brecha entre nativos y migrantes digitales. Por si no estás familiarizado con estos términos, el nativo digital es la persona que ha crecido con la tecnología digital como recurso casi obligado para la mayoría de sus actividades (como mis hijos), y el migrante digital es la persona que ha tenido que aprender a usar las nuevas tecnologías siendo adulto (como yo).

Frecuentemente aparece una preocupación por el uso irresponsable de las nuevas tecnologías, por la pérdida de lo humano, del compartir con otros, por el desperdicio de tiempo y la procrastinación (fea palabra que significa posponer todo), entre otros.

Y nos hace sentido. Y hay discursos y videos maravillosos que son un tirón de orejas para estos jóvenes desconsiderados, individualistas, que no se dan cuenta de que se están perdiendo la vida.

Y todo eso nos hace sentido, y tomamos una posición.

Ante esto, quiero exponer un par de premisas, la primera es que no estamos frente a un problema que tiene que ver con el uso de aparatos tecnológicos, estamos inmersos en un cambio de paradigma muy poderoso, el mundo digital ha venido a trastocar el orden al que estábamos acostumbrados, y en ese espacio, los nativos digitales, al reestructurar su espacio social, redefinieron también las formas de participación. Han cambiado la narrativa que da sentido a la construcción de la realidad y, por lo tanto, su manera de actuar en ella.

Ellos están definiendo en su andar, otra manera de ver y ser en el mundo.

La segunda premisa, es que los migrantes y ajenos a la tecnología, los que todavía diseñamos la educación y manejamos la política, tratamos de entender este nuevo paradigma desde nuestras propias concepciones. Y es difícil. Queremos solucionar los nuevos problemas con nuestras viejas herramientas.

Hablamos de pérdidas, por ejemplo, añoramos los grupos de amigos del barrio que se juntaban a andar en bicicleta en el parque, pero a los nativos no les hace sentido nada de esto, porque nunca lo han vivido y tampoco les ha faltado. Tienen sus chats donde se comunican en todo momento y sus espacios virtuales donde se juntan a jugar e interactuar.

Mi sensación es que el orden con el que estábamos tranquilos y adaptados se ha visto amenazado, e imprimimos una carga moral en nuestros juicios tratando de recuperar ese mundo donde vivimos, esos valores y aspectos reconocibles que nos daban estabilidad.

Seguimos empecinados en hacer una separación del mundo virtual y el real, porque eso nos da una posibilidad de sobrevivencia.

Los nuevos paradigmas históricamente han sido recibidos con hostilidad, pero entender un nuevo marco abre otros espacios de investigación y exploración. No hay que apegarse ciegamente a que las cosas son como decimos que son.

Para terminar, o comenzar, quiero citar el final de la película Matrix: “Sé que están allá afuera. Sé que tienen miedo al cambio. No conozco el futuro. No vine a decirles cómo va a acabar esto, vine a decirles cómo va a empezar.”(O)