No me nace hablar de dioses a los que debería decir: “Miserere domine” (Señor, ten piedad). A mi padre le pedí siempre amor, jamás piedad. A mis hijos pude perdonarles todo, por más que me dolieron sus errores nunca tuvieron que implorar mi clemencia. No considero como castigos de Dios los desastres naturales sino consecuencias comprobadas de la inestabilidad planetaria o descuido de los hombres.

Soy un ser humano aquejado de imperfecciones, incapaz de condenar a alguien para siempre por más grande que sea la culpa. Déjenme soñar con un mundo en el que musulmanes, católicos, ateos, agnósticos negros, blancos, indios puedan ser hermanos, no rivales o disidentes. Para mí no existen diferencias entre una catedral, una mezquita, una sinagoga, un templo mormón: no me interesa saber lo que dicen, cantan o hacen dentro de sus santuarios ni lo que comen o dejan de comer sino en qué se transforman cuando salen de ahí. Me hubiera gustado compartir las míticas bodas de Caná con Mahoma, Lao Tsé, Gandhi, Confucio, Sócrates, Martin Luther King, Ludwig Van Beethoven, el Principito. Mi amigo Quino, padre de Mafalda, ateo confeso, me dio sus razones en una larga conversación. En 1943 a los nueve años, fui monaguillo de monseñor Roncalli, futuro papa Juan XXIII, luego me alejé de todas las religiones guardándoles infinito respeto; sigo siendo un gran admirador del humanista y activista Jesús, he leído todo el Corán, vivido años entre musulmanes. El antiguo Testamento está lleno de violencia, lapidaciones, asesinatos, incestos, condenas multitudinarias. Fueron asesinadas por orden de Dios 2’287.087 seres humanos. En el diluvio universal se aniquiló a toda la humanidad menos a Noé. A quien me lo pida puedo dar las exactas referencias.

Poco me importa lo que suceda después de la muerte ni le temo, me gustaría en cambio aligerar mi equipaje, irme de puntillas sin lastimar a nadie. La muerte es una pesadez en la que se deshace la conciencia a la que de pronto llamamos alma o espíritu. Más terrible es aquella condición de quienes existieron sin jamás dudar ni hacerse preguntas creyendo en un libro que nunca leyeron de no ser en ínfima parte. Me convertiré en hierba, planta, rosal, viñedo, en un árbol cualquiera. La vida de por sí no tiene sentido por más que luzcamos atuendos de marca, automóviles del año. Sin embargo es hermoso poder construir nuestros propios valores de amor al prójimo, justicia social, encontrar la pareja adecuada, seguir con el corazón ardiendo. No existe de por sí gente mala, sino personas que suelen errar el camino cuando falta la luz de la inteligencia o la presencia de un afecto cualquiera. Quisiera convertirme en abono para cualquier árbol que sepa resolverse en flores o frutos multicolores, me haré entonces amigo de los niños y de los ladrones. Lo que importa es lo que sucede hoy, ahora, lo que hacemos o deshacemos, nuestra conexión con los demás, con la naturaleza. Lo demás depende de la imaginación o de la fe de cada cual. No se puede discutir sobre eso, tenemos libertad absoluta de opinión.(O)