Brasil es un interesante laboratorio para varias cosas. Es un país grande en extensión y en población con varias políticas que han sido desarrolladas en los últimos tiempos para disminuir su gran inequidad. Han hecho políticas que el gobierno del Partido de los Trabajadores, en el poder desde hace más de 12 años, ha exportado a otros países como el de la lucha contra la pobreza que logró sacar a millones de la condición de pobre para dejarlos en el dintel de la clase media. Uno de estos en el cualquier país del mundo sigue siendo un pobre disfrazado con sus 200 dólares de ingresos mensuales.

Brasil ha querido ser lo que no es y es probable que esto haya llevado a tener que administrar un notable descrédito a su capacidad de ser un país modélico.

Sus logros sociales no se compadecen con los 53 mil asesinatos anuales, por ejemplo, o la corrupción de su empresa Petrobrás, otrora ejemplar, en la que solo el contador que declaró en contra de varios administradores se comprometió en devolver 92 millones de dólares que se embolsilló en el proceso de corrupción más grande que recuerde la historia de América Latina. Algunos creen que puede alcanzar los ¡90 mil millones de dólares! ¿Se imaginan “a corrupcäo mais grande do mundo”, que sumados al mensaläo de los tiempos de Lula en los que se compraban las alianzas políticas a precios siderales que harían padecer a los países más corruptos del planeta, nos muestra una nación cuasi africana de los tiempos de Bokasa o Idi Amín Dada. Este es el país que cobra 11% de interés por el dinero que prestó para la construcción de la represa más grande del mundo, Itaipú, cuando el mercado tasa en 5%, y que engaña a su pequeño socio el Paraguay desde hace más de 40 años. Le compra la energía que no usa su socio y le paga $ 14 el megavatio para venderlo internamente a $ 80 (dólares americanos). Esto pasa desde hace 4 décadas y ese país pretende ser la locomotora de la Unasur, el Mercosur y otros proyectos de integración. Sobre el engaño y la mentira ese tipo de ideas no pueden prosperar.

Brasil necesita admitir que no da la talla para que lo que pretende ser y en la medida que lo intente sus contradicciones internas terminarán funcionando como lastres que lo muestran de manera más descarnada y miserable. Requiere un golpe de realismo porque de lo contrario, entre el discurso grandilocuente, que dice poder hacerlo todo, se enfrenta a las mentiras de un populismo que solo agranda el número de asesinados en sus calles y casas o la corrupción de su empresa de petróleo que amenaza con hundir a toda su economía, no habrá forma de reflejar un país donde el carnaval político y corrupto se ha convertido en una acción cotidiana y reiterada y no un asunto de inicios de año.

Con la disminución de los precios del petróleo, que demuestra una burbuja más en la economía, se demostrará cómo la abundancia fue la madre del populismo; veremos varios navíos hundidos como las embarcaciones que emergen en el reseco Mar de Aral. Ahí veremos cómo todos estos años se inventaron cuestiones populistas para enriquecer a varios líderes políticos que hicieron perder una nueva oportunidad para el desarrollo de América Latina.

Es tiempo de despertar de esta borrachera del gasto público que sostuvo a varios populistas de la región que finalmente se hicieron millonarios en dólares, mientras afirmaban que ellos lo hacían pero repartían algo de lo que robaban. Brasil es una metáfora de la injusta, inequitativa y torpe América Latina. (O)

Con la disminución de los precios del petróleo, que demuestra una burbuja más en la economía, se demostrará cómo la abundancia fue la madre del populismo; veremos varios navíos hundidos como las embarcaciones que emergen en el reseco Mar de Aral.