Siempre se dijo que algún día caería el precio del petróleo. No había precisión sobre el “cuándo”, sino que debía suceder, entre otras cosas, porque precios demasiado altos generan más inversión y producción, y eso lleva casi automáticamente a precios más bajos. Lo que podía suceder sucedió, ratificando la famosa y casi infalible Ley de Murphy.

La discusión es cómo se debe enfrentar este bajón importante del crudo ecuatoriano: de 95 dólares por barril a 60 en estos días. La primera pregunta debe ser: ¿se trata de algo temporal o de mayor duración? En el primer caso, la receta es sencilla: se puede pasar el bache con deuda o reservas fiscales (aunque tenemos relativamente pocas). El otro caso es más complicado, en una primera fase se debe hacer lo anterior, pero luego hay que pasar al ajuste en gastos y mejorar ingresos (es decir, exportaciones e inversiones, proceso que toma tiempo).

De esto surge la discusión que ha planteado el Gobierno (aunque discusión real no le interesa): “Hay que usar políticas contracíclicas, es decir, cuando llegan los años malos mantener el gasto agregado, no reducirlo vía ajuste del gasto público (…) y eso es exactamente contrario a lo propuesto por los ortodoxos, como reducir el gasto y crear fondos de ahorro”. En realidad, el Gobierno quiere ser contracíclico solo en la parte mala del ciclo (ahora), porque su filosofía es en realidad: hay que gastar más en las épocas buenas porque son buenas y hay que aprovecharlo, y seguir gastando más en las épocas malas porque no es el momento de ajustarse. O más sencillamente: hay que gastarse todos los ingresos petroleros y además endeudarse en las épocas buenas, y seguir haciendo lo mismo en las malas. No es muy sensato.

Los proponentes de una verdadera política contracíclica dicen algo diferente: en las épocas buenas, que sabemos pueden terminar en cualquier momento, no nos gastemos (corriente o inversión) todos los ingresos petroleros, ahorremos una porción razonable, no le agreguemos demasiado endeudamiento, para en las épocas malas disponer de ahorros y eventualmente de espacio de endeudamiento que nos ayuden a una transición no tan difícil. O más sencillamente: no nos volvamos demasiado dependientes de los ingresos irreales de la bonanza, porque cuando esta termine va a ser difícil ajustarnos a la nueva realidad. Esto es ciertamente más sensato.

Obviamente, nadie está planteando que ahora que ha bajado el precio del petróleo se constituyan fondos de ahorro, eso debió hacerse en el pasado. Igual que debió mantenerse un ambiente favorable a la inversión privada, no la que solo aprovecha el sendero del mayor gasto público, sino la que toma decisiones autónomas de riesgo de largo plazo. Ahora se puede estimular la inversión con ventajas tributarias y otras, y quizás tenga algún efecto, pero tampoco es el mejor momento de hacer lo que siempre debió hacerse.

Indudablemente se requieren ajustes en el gasto público, en áreas (muchas) en que aporta poco al aumento de productividad … todo lo contrario, la frena o disminuye (obviamente, no hablamos de educación o salud).