Viví, al igual que muchos, el 25 de noviembre como un día de conmemoración. Lo reflexioné, lo verbalicé, y vi, de un solo tirón, más videos sobre erradicación de la violencia de género que los que he visto en todo un año. Me detuve en los espacios publicitarios y sus inconscientes roles discriminatorios y reproductores de prejuicios y estereotipos con las mujeres: que son un objeto sexual, que sirven como un adorno, que les queda el papel de víctimas, que van a la zaga en temas académicos...

Me indigné –creí indignarme más bien, para estar a tono con la fecha– con la discriminación laboral que sufren las mujeres, sobre todo las afro y las indígenas. Confirmé con estadísticas que ellas ganan, porcentualmente, un salario menor que los hombres ubicados en cargos de similar responsabilidad. Me dolí –pero también pensé que pude dolerme el resto del año, no?–.

Revisé la historia de las hermanas Miraval, asesinadas en República Dominicana durante la dictadura de Rafael Trujillo. Y repetí, para memorizar, sus nombres: Minerva, María Teresa, Patria. También recordé otros nombres: Karina del Pozo, Ivonne Cazar –desaparecida hace mucho en Cuenca–; Malena, Jessica, Elisa, Micaela, Maruja… nombres de mujeres anónimas maltratadas por el sistema, por sus exesposos, por sus profesores, por sus parejas...

Me molesté con aquellos despistados que dicen “celebrar” en lugar de “conmemorar”, diferencia importante si se trata de sensibilizar en torno a la violencia a propósito de una fecha mediatizada.

Hoy, que ya no es 25, el día de la erradicación de la violencia contra la mujer quedó atrás, y me pregunto si esta ola de apoyo a la no violencia y la reivindicación de derechos seguirá en las agendas públicas, en las redes sociales, en la conciencia de los ciudadanos, en la de articulistas –como el que esto suscribe– atentos a repetir valijas semánticas y estadísticas ocasionales solo para estar “en la jugada” o mostrarse no violentos, inclusivos y tolerantes.

Reflexiono y concluyo que hay un alto riesgo de que el 25 de noviembre termine como el 8 de Marzo, o el 1 de Mayo o un 15 de Noviembre. Que se asemeje, en sus escasas consecuencias, al 21 de Marzo, o a un 10 de Diciembre...

Porque, pensándolo bien, el Día de la Mujer, el Día del Trabajo, el recuerdo de la masacre de los obreros ecuatorianos en Guayaquil, el Día de los Derechos de los Niños, el Día Internacional de los Derechos Humanos, se han reducido a un evento, a un día de recuerdo, conmemoración, autoflagelo y, en algunos casos, a días de fiesta.

La posibilidad de hablar y actuar contra la erradicación de la violencia es un asunto que se debería recordar a diario. O, por ejemplo, cuando tenemos ciertos privilegios de legislar a su favor: digo, más efectivo que los discursos son las acciones, como el reconocer el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, o legislar en favor de la despenalización del aborto.

Lo cierto es que, en lo personal, agradecido estoy de aquellas fechas conmemorativas que nos recuerdan, al menos por un día, lo que no hay que hacer en ese día, así lo olvidemos el resto del año.