Fui parte de un grupo de la universidad de Auburn que presentó una propuesta de intervención urbana para reactivar uno de los barrios más emblemáticos y a la vez, más deteriorados de la ciudad de Montgomery. Se trata de Peacock Place, contiguo al casco central de la ciudad. Este barrio adquirió una relevancia histórica cuando fue parte de la “Marcha Histórica” de 1965, dirigida por Martin Luther King Jr. desde Selma hasta Montgomery; en búsqueda de lograr una mayor participación de las minorías raciales en el sistema electoral del estado.

La propuesta presentada a las autoridades de planificación de Montgomery se basaba en estrategias simples: rescatar el valor histórico del sitio y aprovecharlo para inyectar actividades cívicas y culturales, que posteriormente atraigan actividades económicas de menor escala. Sin embargo, al ver en CNN cómo se libraba de cargos al oficial que asesinó a Michael Brown, me encontré cuestionándome la validez de este tipo de proyectos. Los monumentos y memoriales son un instrumento de la memoria colectiva, pero no son la memoria colectiva en sí. Deberían servir para recordar los eventos o los personajes que nos forjaron para ser menos animales y más humanos.

Pero estas dudas se aclararon luego ver el efecto multiplicador de las protestas que reclamaban justicia alrededor de los Estados Unidos. Un acto de crueldad cometido contra un ser humano se convirtió en miles de personas exigiendo justicia. Las primeras protestas violentas se transformaron en protestas pacíficas en cientos de ciudades. Me queda claro entonces que los monumentos son irrelevantes en el ejercicio de la historia. No hacemos monumentos para recordar, sino porque recordamos; porque tenemos dentro de nosotros esa enseñanza que nos incita a reaccionar contra todo lo que perjudique nuestro nivel de civilización.

Estados Unidos padece aún severos problemas de prejuicio racial. Espero que las protestas ocurridas la noche del pasado martes los dirijan a un estado de igualdad de derechos. Mientras eso ocurre, vale la pena preguntarnos, qué tipo de prejuicios nos afectan en nuestro país. Además de los prejuicios raciales que aún nos agobian, ¿hay prejuicios de pensamiento? ¿Respetamos a quien piensa diferente en Ecuador?

Noto con preocupación que en nuestro país desaparecen los espacios de diálogo y se aumenta la generación del conflicto como herramienta política. Tal deficiencia nos está convirtiendo en una sociedad incapaz de lograr consensos; incluso en los aspectos más fundamentales. Cierto es que no se puede satisfacer a todos, pero marginar o menospreciar a una minoría de pensamiento es un acto igual de bajo que la segregación racial. Quizás sea tiempo de demostrarnos a nosotros mismos que somos lo suficientemente civilizados como para lograr que mayorías y minorías se sienten en una mesa para lograr acuerdos; por muy básicos que estos sean. Caso contrario, el péndulo del poder pasará tarde o temprano al otro extremo, y los abusos de los gobernantes futuros serán absurdamente justificados en los abusos cometidos por los predecesores.

Estoy seguro de que nadie en su sensato juicio quiere llegar a niveles de irreconciliación irreparables. Aún estamos a tiempo de lograr con el diálogo lo que otros países no podrán alcanzar con incendios, saqueos y sangre.