Esta mañana en el parque, mi amiga Yolanda me contó que su nieto sueña con conocer la nieve, coincidencialmente al llegar a la casa vi un mensaje que desde Chicago me mandaba mi hija, era un termómetro que marcaba menos 12 grados y una foto de una calle con nieve. Inmediatamente recordé la época en que mi prima Pili Maldonado y yo soñábamos con despertar y ver nuestros jardines cubiertos de nieve. La hierba de mi casa era un kikuyo bien cuidado, pero la casa del tío, contigua a la nuestra, tenía un verdadero terciopelo al que llamábamos grama. La había sembrado el gringo que le vendiera la casa a mi tío y él cuidaba esa hierba fina y olorosa, personalmente y con gran esmero.

Lo cierto es que cada noche, nos dábamos la mano y repetíamos tres veces unas palabras mágicas que ya no recuerdo. Lo que sí puedo recordar es la intensidad del deseo y la esperanza con la que nos levantábamos convencidas de ver todo cubierto de nieve. Recuerdo además la perseverancia con que soñamos hasta el día en que la nieve empezó a llegar a nuestros corazones, habíamos crecido y dejamos de soñar.

Pero si soñar no cuesta nada ¿por qué dejamos de hacerlo? Yo a veces sueño, pero siento que sueño con poca esperanza, siento que son tantas las decepciones, las tristezas, las mentiras y las injusticias, que prefiero zambullirme en mi librería y olvidarme del mundo. He dejado de soñar que el mundo va a cambiar, que va a ser justo, honesto, alegre. Aunque existan ministerios y leyes para reír, no creo que lo lograremos, necesitamos motivos, no una felicidad impuesta.

La desaparición de los 43 estudiantes en la población mexicana de Ayotzinapa, me ha dejado desolada, sin ganas de soñar, me ha hecho pensar en palabras feas como cinismo, como decepción, como impotencia. Para mí, México siempre ha sido, como dice la canción, lindo y querido, un país hermano, rico en historia, en arte y artesanías, lleno de gente maravillosa, repleto de libros, de música, de colores y sabores intensos, pero ahora está herido.

Converso con Vladimiro Rivas Iturralde, escritor ecuatoriano que vive en México desde hace décadas y está en el país de visita, ha venido a presentar su nuevo libro de ensayos, Repertorio Literario. Le pregunto: ¿Qué hace México ante tanto dolor?; me contesta con otra pregunta, mira yo no sé ¿qué hace México peleando una guerra ajena? La misma pregunta le hago a Alicia Molina, la escritora mexicana de cuentos infantiles, que ha venido a participar en la Feria del libro, El problema no son los 43, son muchísimos más, me dice. Somos un país entero que no tiene salida. No lo sé, no tengo respuestas, solo dolor.

Yo sigo sin entender en qué mundo vivimos, lo único que siento es que el pueblo mexicano no se merece esta violencia y me pregunto con gran preocupación ¿en qué soñarán los niños mexicanos?, ¿soñarán con la nieve?

“El problema no son los 43, son muchísimos más. Somos un país entero que no tiene salida. No lo sé, no tengo respuestas, solo dolor”.