Cuando alguien se cree tan importante que pregona o amarra su reelección indefinida en la institución o país que preside, se convierte en promotor de la decadencia.

Lo hemos visto antes: federaciones deportivas, bancos de sangre, sociedades de filantropía, juntas cívicas y hasta universidades que cayeron bajo el control de una sola persona que se las arregla para ser reelegida indefinidamente por sus adláteres, son casos que terminan en una profunda decadencia, cuando no en la completa esterilidad de la institución. Esta fatalidad proviene en parte del inevitable deterioro de la persona, que para comenzar es mortal, aun cuando en su existencia narcisista sueñe con ser inmortal por mérito propio y considere entusiasmadamente que con su minucioso accionar esculpe, día a día, el bronce del monumento que lo perennice.

Los países que entran en reelección indefinida también siguen la misma suerte, la diferencia es que los perjudicados son más numerosos. El más reciente es Burkina Faso, país africano del tamaño de Ecuador, cuyo presidente fue reelecto varias veces con resultados cuestionados, a pesar de que la Constitución prohíbe allí la reelección por más de dos periodos consecutivos. Ni el aumento de salarios a los servidores públicos lo salvó y debió renunciar hace pocos días. Kadafi, Husein, Fidel Castro, son otros ejemplos de presidentes que eran “elegidos” indefinidamente. Y más atrás: Hitler, Napoleón, Franco, la lista es larga de quienes se han creído más importantes que sus países y el resultado final siempre es el mismo: decadencia para sus pueblos.

Antes, los presidentes ecuatorianos debían jurar respetar la Constitución y en la banda presidencial decía: “Mi poder en la Constitución”. Ahora, esa que iba a ser la inmortal Constitución, deberá ponerse una lápida en la carátula que diga: “Mi poder en RC”, pues la prohibición que en ella hay de reelegirse indefinidamente está a punto de ser reemplazada por la reelección indefinida que Correa ha solicitado tramitar para que sobreviva su RC.

Que los ciudadanos en una consulta popular le negarían sus ansias de poder indefinido, Correa lo sabe muy bien, por eso ha evitado la consulta. El soberano, sobre quien descansa el orden jurídico, ya no es el pueblo, ahora el pueblo será sometido al trámite de los asambleístas que acogerán el pedido de su jefe de incluir la institucionalización del camino a la decadencia. Incluyendo la de ellos, pues girar mecánicamente alrededor de una persona es decadencia.

El petróleo también ha decaído y el Gobierno anuncia diferir inversiones, en vez de recortar tanto ministerio nuevo o las remuneraciones que para el 2015 subirán a 8.719 millones; eso es decadencia. Que en el sector público se gane en promedio el triple que en el sector real, es un privilegio decadente que busca aliados para la reelección indefinida.

Las revoluciones son para cambiar, pero una vez llegado al poder, Correa no quiere que nuevas revoluciones sigan cambiando las cosas, quiere conservar su puesto, se ha vuelto conservador. Anunció el arcoíris tecnicolor y nos quiere verde monocromático. Dijo que vivíamos un cambio de época pero quiere que la suya sea el alfa y el omega: todo lo anterior no vale y lo posterior tampoco, debemos quedarnos estáticos contemplando la belle époque. Lo único bueno es que tamaño error social solo precipitará su final político. Que comience pues a construirse un gran panteón piramidal de mármol. Qué pena que ciertos líderes políticos permitan que su narcisismo degrade sus importantes virtudes.

La lista es larga de quienes se han creído más importantes que sus países y el resultado final siempre es el mismo: decadencia para sus pueblos.