En días pasados Julien Blanch fue expulsado de Australia por propagar “valores aborrecidos” en ese país. Este suizo, autodefinido como un “artista de la seducción”, por mil quinientos dólares ofrece adiestrar a un hombre para que pueda conquistar en dos días a una modelo europea. Movimientos feministas en Japón, Brasil, Reino Unido y otros países han presionado para que no se permita la entrada de este coach del engatusamiento. Ya lo están calificando del “hombre más odiado del mundo”, sin merecerlo, porque lo que se puede encontrar sobre él en internet es un montón de tonterías y vulgaridades. Es un charlatán como el 85,23 por ciento de los que se denominan coachs de cualquier cosa. Lo que impresiona en este caso y similares es la infinita ingenuidad humana, que hace que miles de millones de personas (sí, dije miles de millones) sigan buscando fórmulas mágicas para la felicidad, el buen vivir, el enriquecimiento rápido, la elocuencia irresistible, la eterna juventud y otras quimeras.

La maestría en la seducción es una destreza apetecible y no tiene nada que ver con el machismo. Muchas mujeres la querrán tener para conquistar hombres, así como señoras y señores la buscarán para procurarse parejas de su mismo sexo. Lo que sí, consecuencia de la estructura falócrata de nuestra sociedad, esta pericia ha parecido reservada a los varones “heteros”, pero esto por fortuna se va superando. Entonces se me viene una pregunta: ¿esta facultad puede ser obtenida por mil quinientos dólares u otra cantidad cualquiera? No olvidemos que el filtro mágico que haría caer rendida a cualquier persona fue una de las búsquedas persistentes de la alquimia. Planteamos de otra manera el interrogante: ¿son las personas instrumentalizables en tal grado que sucumben inevitablemente ante una receta determinada?

A esa cuestión respondemos que no hay un protocolo infalible de “levante”. Cada ser humano tiene su propia vía al corazón y cada persona su propio vehículo que en algunos caminos sirve, en otros no. Unos requieren un gran turismo, otros un todoterreno, nadie tiene todos los modelos. Nadie sabía esto mejor que el mayor seductor de la historia, don Juan Tenorio, según me lo dijo –él o su fantasma– una noche en el barrio de Santa Cruz de Sevilla. La desgracia de este maestro fue que su primera biografía la escribió un clérigo pacato (Tirso de Molina) que lo pinta como un “burlador” sistemático y monótono al que merecidamente se lo lleva el diablo. No fue así. Más interesante lo encontramos en el poema de Nikolaus Lenau, que Richard Strauss transcribiría magistralmente a música pura. Dice el poeta alemán que su personaje no es un obsesivo perseguidor de mujeres, sino que su propósito es encontrar a “la mujer”, en la que se comprendan los dones de todas. No quiere acostarse con ellas, quiere amarlas. Don Juan es un enamorado, un desesperado, el demonio que lo arrastra es la honestidad de la búsqueda, por eso no necesita coach.