No fue buen profeta nuestro Carlos Marx, como tampoco lo fue el original, el alemán. Felizmente no se cumplieron los anuncios de muertos en la marcha del 19 de noviembre, hechos por el nuestro. La inevitabilidad del socialismo por la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, hechas por el otro, tampoco se han materializado en más de un siglo y medio. Algo común a ambos, además de la visión equivocada, es la presencia de la violencia en la política, aunque cada uno de ellos le asigna un papel distinto. Karl, el alemán, la veía como la partera de la historia. Carlos, el nuestro, la considera como el freno a la historia (a la verdadera historia, porque todo lo anterior fue prehistoria).
Más allá de los errores de nuestro Marx y de sus avances en la utilización del lenguaje de ultraderecha (¿o tirapiedras será ya parte del léxico revolucionario?), lo de fondo apareció en otra parte de sus declaraciones, así como en las propuestas del líder y en los contenidos de las reformas al Código de Trabajo. En ellas hay dos aspectos que se presentan como medidas para cambiar la relación capital-trabajo, pero que en realidad apuntan a modificar la relación sociedad-Estado. El primero se encuentra en la limitación a la organización sindical y en general a los derechos laborales en el sector público. El segundo es la creación de una central sindical desde el Gobierno, que no aparece aún como una propuesta formal pero ya fue anunciada.
Para justificar el recorte de derechos de los servidores del sector público, el líder acudió –en un artículo publicado en la prensa que se regala– a referencias históricas sobre la constitución de los estados nacionales y a una noción de lo estatal como sinónimo de lo público y de lo social. El primer argumento llevaría a un debate abstracto e interminable, de manera que no vale la pena entrar en ese terreno. El segundo, por el contrario, tiene connotaciones prácticas inmediatas, porque al considerar al Estado como la encarnación directa de la sociedad, cualquier apelación por parte de esta última sería contra ella misma. El desarrollo de estos temas en las ciencias sociales es suficiente para evitar esas confusiones, especialmente por parte de quienes se reclaman académicos. Pero, si eso no bastara habría que recordar la historia para comprobar que esa concepción lleva inevitablemente a la pérdida de derechos ciudadanos. Ahí está la experiencia de los países del socialismo soviético.
La propuesta de creación de una central sindical impulsada desde el Gobierno está directamente relacionada con esa concepción. Al entender al Estado como la extensión de la sociedad, se hace posible confundir la organización social con la organización burocrática y se abre la puerta para la dirección de las organizaciones desde el Estado. Nuevamente la necesidad de aprender de la historia, pero en este caso del México de las siete décadas del PRI con sus “sindicatos charros”.
Antes que hacer profecías, nuestro marxismo criollo podría buscar enseñanzas en el pasado.