A Maritza, quien da lo mejor de sí a las mujeres más pobres.

¿A quién le sirve este supuesto debate sobre “la verdadera libertad” que, como un señuelo, los intelectuales gobiernistas lanzaron a los opositores para que estos se entretengan un rato? ¿Para qué sirve dilucidar esta abstracción inasible, si no es como cortina de humo para quienes la proponen, y como ejercicio intelectual para quienes la impugnan? ¿Acaso este barullo le interesa o le sirve al pueblo? ¿Algo cambiará a consecuencia de tanta retórica vacía o de tanta argumentación ilustrada pero inútil? ¿Esto hará menos pobres a los más desposeídos, si en dos semanas nos olvidaremos del asunto para ocuparnos del siguiente estreno de Producciones Secom?

Por ejemplo, está Lisette, madre soltera de 14 años de edad, que sabía “cómo cuidarse” y lo de la píldora del día siguiente, pero que eligió tener a Milan (“como el hijo de Shakira”, explica) porque el embarazo de adolescentes rara vez pasa por la falta de información o anticonceptivos como ilusamente creen los expertos. Ella quería estudiar inglés y trabajar como azafata, hasta que se enamoró de un chofer bandido y labioso, que la embaucó a ella y a otras. Entonces creyó que un hijo lo comprometería a él y la rescataría de una relación conflictiva con su madre pobre y también soltera. Hoy piensa que su “verdadera libertad” es criar sola a su hijo, graduarse a distancia, buscar empleo y esperar que otro hombre la quiera a ella con su hijo.

Está doña Carmen (48 años) y la pequeña Michelle (10 años), la menor de sus 5 hijos. La niña sufre de retardo mental severo, convulsiones y espasticidad, porque ella se pasó de parto: su marido no la llevó a tiempo a la maternidad porque él nunca la ha tomado en serio, y los médicos tampoco. Su vida es un calvario con ese marido, cuatro hijos adolescentes y la pequeña. Un día que transitaba con su hija cerca de una quebrada en su barrio, pensó que su “verdadera libertad” vendría si terminaba con su propia existencia y los sufrimientos de su pequeña. Entonces una vecina le sugirió que vaya donde una psicóloga en una obra social de unos curas. Finalmente encontró alguien que la escucha y la toma en serio.

Por último, doña Emperatriz (o “Emperita”), 62 años, prematuramente jubilada por una deformante artritis reumatoide. Trabajaba como “limpieza” en una empresa cuyo gerente ganaba 200 veces (no 20) más que ella, según dicen. Felizmente tiene el dispensario del IESS, aunque no siempre hay medicamentos y a veces le toca comprar. Doña Emperita ha criado desde la infancia a sus dos nietos hoy adolescentes, porque los papás siguen en España aunque desde hace un año no tienen trabajo. Fernanda (18) es una linda chica que trabaja como vendedora de lunes a domingo donde unos chinos para pagarse un curso de modelaje. Kléber (16) es vago y amiguero, y dice que entrará a la FAE cuando se gradúe. Emperita acaba de descubrir que su “verdadera libertad” consiste en hacerse evangélica, porque “ellos han sabido ser más católicos que nosotros”.

¿Verdadera libertad? ¿Qué carajos es eso? Quien lo sepa que se lo explique a estas mujeres.