El 21 de noviembre del 2014 a mí me robaron la esperanza.

Aquella esperanza que yo, seguidora de la Revolución Ciudadana y feliz de poder contribuir con mi aporte al nuevo Ecuador, la tenía como mi más preciado tesoro.

Fue el viernes 21 (ayer) luego de rendir el examen de recategorización del Ineval (Instituto Nacional de Evaluación Educativa).

Pensé, ¿qué es lo que hago aquí?, porque aquel examen solo puede ser resuelto por mentes más brillantes, mentes más frescas, quizás.

Sí, también pensé que yo, maestra por vocación, aprendí que enseñar no es dar contenidos científicos sino pulir la mente y el corazón de cada niño que pasa por nuestras manos para hacer de él un ser útil, con criterio y autoestima elevada.

Sí, soy maestra de escuela y estoy cansada, agotada, no de mis estudiantes sino de aquellos que intentan hacerme parecer inepta; cansada y agotada de la sordera de ver aquel empeño por dirigir la educación con teorías tecnócratas, lejos de la que Montesori nos legó.

Soy maestra de escuela, aquella que trabaja doce horas al día, aquella que realiza proyectos con sus estudiantes, aquella que realiza curso tras curso de formación pedagógica para mejorar la enseñanza aprendizaje.

¡No nos maltraten de esa forma! Creo que las autoridades también tuvieron profesores de escuela que tomaron sus manos para enseñarles las primeras letras, y no por eso fueron tachados de no poder alcanzar un puntaje que los eleve de categoría.

Maritza Magdalena Luna Gutiérrez, profesora, Santa Elena