Se ratifica el liderazgo de Ecuador en la producción y comercialización de banano y no es quimérico afirmar que uno de cada tres que se degustan en el mundo tiene su origen en sus plantíos, tendencia que podría mantenerse por un buen tiempo, por la preferencia de una población creciente de adultos mayores que lo reclama como parte básica de su diaria dieta. Mientras, naciones de progresiva economía como la República Popular China muestran índices de asombroso aumento hasta llegar a predecirse que dentro de diez años la demanda de importación de ese coloso sería de 500 millones de cajas, casi el doble de las exportaciones anuales ecuatorianas a todo el orbe (Benjamín Paz, Foro Bananero 2014). Adicionalmente comienzan a emerger novedosas cualidades de la fruta dentro del amplio espectro de las llamadas virtudes “nutricéuticas”, para referirse al rol que cumple en la facilitación de la función digestiva, aumento de la inmunidad y prevención de dolencias, incluyendo su maravillosa eficacia en la recuperación de las energías perdidas por deportistas de alta competencia.

Este luminoso futuro está seriamente empañado por las amenazas que penden sobre el sector, por la indolencia continental en enfrentar el difundido cataclismo bananero que se vaticina frente al incontenible avance de enfermedades cuarentenarias que afectan al cultivo, sobresaliendo por su agresividad y fácil difusión la impropiamente denominada mal de Panamá (no se originó en ese país), raza tropical 4, que avanza arrolladoramente a una velocidad de 100 kilómetros por año (Ditta, Foro Bananero 2014), que de ingresar por un puerto del norte del país, por allí lo hizo la sigatoka negra, se regaría en todo el territorio nacional en apenas cinco años. Ya Ecuador sufrió los embates de algo similar cuando en los años 60 y 70 del siglo pasado fueron devastadas 170 mil hectáreas del tipo Gros Michel. Como se ha expresado reiteradamente, en aquella época la solución disponible fue el costoso recambio con variedades Cavendish resistentes al mal, que ahora no existen para reemplazar las susceptibles actuales.

El afán de entregar una contribución de carácter profesional al mantenimiento de esta inconmensurable riqueza por su aporte económico, pero más social, nos ha llevado a recorrer algunos países como Colombia y varios centroamericanos, donde hemos encontrado en el ámbito gremial agronómico una enorme preocupación y conocimientos precisos para contener el flagelo, pero con mucha pena hemos de inferir que no existe en los niveles oficiales y empresariales la suficiente voluntad para aplicar medidas preventivas, aun cuando cuentan con planes de contingencia e incluso la FAO ha redactado uno completo que bien puede utilizarse en todas las regiones productoras de las musáceas comestibles, incluyendo el plátano, susceptibles a esa destrucción.

Lo expresado nos lleva a proclamar, concordando con líderes agrónomos latinoamericanos, que Ecuador por su posición de primer exportador debe asumir la conducción de una corriente de atención que surja luego de una sesuda reunión política de ministros de Agricultura de América, antes de otra de presidentes de las naciones americanas productoras de banano, en otrora realizadas por temas de menor cuantía, que comprometa la imprescindible acción de todos para salvaguardar la región de una catástrofe de pobreza y desplazamiento campesino de incalculables consecuencias.