Hay los apasionados por el poder que llegan a este para permanecer cuanto pueden. No se resignan a dejar el poder, porque están convencidos de que hay el alto riesgo de que los perseguidos o agraviados demanden su procesamiento. Quedarse en el poder –lo sienten ellos y sus entornos– es una especie de seguro, para lo cual todo vale.

En el otro extremo están los demócratas que privilegian regresar a ser ciudadanos de a pie, en las calles de la patria, respetados por todos los ciudadanos. Estoy recordando a Carlos Julio Arosemena Tola y a Clemente Yerovi Indaburu, que no llegaron al poder por votación popular, pero lo ejercieron con la misma dignidad que los caracterizó antes y después de ejercerlo.

Los procesos totalitarios
Permanecer en el gobierno es inseparable de toda acumulación de poder. Quien lo asume se considera “elegido” para hacer historia.

Siempre habrá los entornos –usualmente de profunda corrupción– con su doble conducta: aparecer como obsecuente y aprovechar la ocasión.

Verdad que también hay los convencidos por el proyecto político en sí, que demoran en desencantarse.

Y en la fraseología coinciden los de los procesos totalitarios en los discursos de agravio para los contrarios, sean empresarios –no solo los comunistas, sino también los fascistas y los populistas los mencionan como responsables de todos los males–, sean intelectuales, educadores, estudiantes y trabajadores no contaminados por el poder, a quienes no solo se los tacha de “infantiles” u otros calificativos, sino que son las principales víctimas de la represión.

Recordemos el Pacto nazi-comunista Ribbentrop-Mólotov –bajo los auspicios de Hitler y Stalin, en su orden– firmado en el Kremlin, Moscú, el 23 de agosto de 1939, a días de lo que se considera el inicio de la Segunda Guerra Mundial, en lo público de no agresión de los dos procesos totalitarios, y en el anexo reservado, para establecer sus zonas de influencia en Europa del Este. En los años siguientes, millones de personas murieron en el llamado frente oriental, cuando las tropas nazis estuvieron a 42 kilómetros de Moscú.

En los gobiernos totalitarios no hay espacio que pueda escaparse a su control. La información y la opinión que no se someten a sus intereses son tachadas de conspirativas.

La administración de justicia, en cortes, tribunales y juzgados, así como la formación de leyes deben responder al proceso político, con lo cual para nada actúan rigurosamente en lo jurídico, ni con imparcialidad, ni con independencia de criterio. A veces sus actores solo actúan como marionetas funcionales del proyecto político.

Ni qué decir de los procesos electorales. Fraude no solo hay cuando se alteran las actas de conteo de votos, sino también cuando se ajustan las reglas y los comportamientos de las autoridades están al servicio del modelo totalitario, permitiendo el abuso de la propaganda de unos e impidiendo o trabando la de otros.

América Latina
Podríamos mencionar a gobernantes que buscaron perpetuarse en el poder en los diversos países de nuestra América Latina.

Por ahora, tomemos dos.

Porfirio Díaz, en México, nueve veces electo. Dominó México casi 35 años (1876-1911), fue liberal, se enfrentó a la invasión francesa, lo auspició el benemérito, el gran Benito Juárez, hasta que lo enfrentó. Hizo muy importantes obras materiales, pero reprimió con crueldad a sus opositores. Contra él fue el proceso de la Revolución Mexicana y su primer presidente, Francisco Madero –noviembre de 1911–, fue quien acuñó la frase que se hizo símbolo del poder en México: “Sufragio efectivo, no reelección”. Lo perverso fue que con los años, a través de nueve décadas, con excepciones honrosas, lo que se crearon fueron argollas del poder en el espacio del PRI, que se fue degenerando hacia la corrupción y la persecución en el interior del país, manteniendo una imagen externa de soberanía y solidaridad.

Juan Vicente Gómez, en Venezuela, 27 años gobernó. Venezuela (1908-1935). Fue reelecto cuantas veces lo quiso, también usó a figuras títeres. Por años le sobró dinero, porque con él comienza la explotación petrolera de Venezuela como su principal producto de exportación.

En el Ecuador
Velasco Ibarra fue presidente del Ecuador cinco veces, cuatro veces por elección popular, no reelección inmediata, una vez por Asamblea Constituyente. Nunca se ha tachado que haya sido electo por fraude electoral alguno.

Cuatro veces fue derrocado. Tres luego de desconocer la Constitución.

Murió con el respeto del pueblo ecuatoriano.

Juan José Flores, el primer presidente del Ecuador, 1830, sí quiso perpetuarse en el poder, con solo la etapa intermedia de Vicente Rocafuerte (1835-1839). Para el efecto, obtuvo que se dictara la Constitución que ha pasado a la historia como la “Carta de la Esclavitud”. Llegó a controlar 34 de los 36 votos de la Convención. La Revolución del 6 de Marzo de 1845 lo sacó del poder.

Gabriel García Moreno en dos ocasiones (1861-1865 y 1869-1875) fue presidente y falleció asesinado el 6 de agosto de 1875 cuando había sido elegido para un tercer periodo en las elecciones presidenciales de ese año. Para consolidar su poder hizo dictar la llamada “Carta Negra”, calificación que aparece impropia para nuestros días.

Ignacio de Veintimilla, septiembre de 1876-enero de 1883, entre jefe supremo y presidente. Liberal en su inicio, luego se apegó al poder y traicionó y reprimió a los liberales. Se lo acusó aun de autor intelectual de asesinatos. Fue expulsado del poder.

Eloy Alfaro quiso defender la Revolución Liberal, jefe supremo desde junio de 1895. Presidente constitucional por la Convención de 1897, desde enero de ese año hasta septiembre de 1901. Jefe supremo desde el 17 de enero de 1906, es designado presidente del Ecuador por la Convención que dicta la Constitución de diciembre de 1906. Gobernó hasta agosto de 1911. Asonadas militares lo llevaron a regresar al Ecuador. Detenido en Guayaquil es llevado al panóptico en Quito y bárbaramente asesinado, arrastrado y quemado, junto con quienes lo acompañaban, el 28 de enero de 1912.

¿Qué ha cambiado?
Quizás solo los instrumentos del poder y la tecnología. El poder es el poder.

Permanecer en el gobierno es inseparable de toda acumulación de poder. Quien lo asume se considera “elegido” para hacer historia.