El cambio climático es sin duda uno de los temas más destacados del siglo XXI hasta el momento. El secretario general de la ONU sostiene que es “un desafío existencial para toda la raza humana”. Por otro lado, cuando la ONU le preguntó a cinco millones de personas cuáles eran los temas que consideraban más importantes, el cambio climático se ubicó en la parte inferior de la lista de 17 temas: muy por debajo de la asistencia sanitaria, la educación, la corrupción, la nutrición y el agua –e incluso por debajo del acceso a la conexión telefónica y a internet–.

Esto es sorprendente, especialmente teniendo en cuenta el consenso acerca de que el cambio climático es real y ocurre. ¿La gente tiene razón al ser escéptica acerca de las políticas actuales?

El Copenhagen Consensus, mi grupo de expertos, ha pedido a equipos de expertos economistas que analicen todas las opciones que afronta la humanidad –desde la salud y la educación, a la violencia, el agua y el calentamiento global– para estimar, en primer lugar, dónde podemos ofrecer el mayor beneficio para nuestro dinero. Esto es importante, porque la ONU está a punto de establecer su próxima serie de metas para el mundo para el 2015-2030. Al igual que los Objetivos de Desarrollo del Milenio, fijados hace quince años, estos objetivos determinarán dónde se gastarán billones de dólares. Con el fin de avanzar, no podemos darnos el lujo de invertir dinero en proyectos que reditúan menos de lo que invertimos. Del mismo modo, no podemos permitirnos no enfocarnos en proyectos que traerán enormes beneficios.

La economista Isabel Galiana ha escrito el documento principal sobre cambio climático y arribó a una conclusión que seguramente será controversial: que las políticas actuales destinadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero están fallando y no podrán ser efectivas hasta que se disponga de una mejor tecnología. A pesar del Protocolo de Kioto, y muchas iniciativas nacionales, el hecho es que las emisiones han aumentado casi la mitad desde 1990 y seguirán aumentando durante muchas décadas por venir.

En marcado contraste, la ONU y muchos gobiernos nacionales se concentran en comprometerse a mantener el aumento medio de la temperatura en menos de 2 °C por encima de la época preindustrial. Pero hay un gran problema: no hay ninguna posibilidad realista de ceñirse a este límite con las tendencias actuales en el uso de combustible fósil. Para hacerlo, las emisiones tendrían que alcanzar su punto máximo y luego reducirse drásticamente con alguna tecnología de captura de CO2, licuarlo e inyectarlo en el subsuelo. Pero esta tecnología en la gran escala que se requiere, no existe todavía. Más aún, la energía solar y eólica, aunque muy populares, incluso en el 2035 contribuirán solo con una pequeña fracción de las necesidades energéticas mundiales.

El resultado es que perseguir este objetivo de 2°C es muy costoso y no garantiza que sea exitoso. Estimar todos los costos y beneficios económicos, sociales y ambientales es difícil, pero una cosa es clara: el programa costaría mucho más que los beneficios que traería. Mientras tanto, ese dinero podría haber sido utilizado para mejorar el bienestar de las personas en programas mucho más rentables.

Galiana sugiere que invertir 0,5% del PBI mundial, que rondaría los $ 450 millones para Ecuador, en el desarrollo de mejor tecnología energética, implicaría un mucho mejor uso del dinero. Esto podría ser financiado con un impuesto sobre el carbono progresivamente ascendente (dando a las empresas un incentivo para reducir las emisiones, pero sin decirles cómo hacerlo) y podría dar una recuperación de la inversión de $ 11 por cada dólar gastado.

Galiana también sugiere que el mundo debería gastar 0,05% del PBI para la adaptación, contribuyendo esencialmente a muchas naciones a lidiar mejor con los impactos climáticos específicos. Cada dólar gastado probablemente redundará en más de dos dólares de bienestar social.

Otro economista que ha aportado su punto de vista, Robert Mendelsohn, señala que el costo de actuar sobre el cambio climático aumenta rápidamente a medida que los objetivos se vuelven más difíciles. Mantener aumentos promedio de temperatura por debajo de los 5°C podría costar alrededor de $ 10 billones, pero aspirar a un objetivo de 2°C costaría diez veces más.

Entonces, sería mucho mejor aspirar a un máximo de, digamos, 3°C de aumento, que costará alrededor de 40 billones pero evitará la mayoría de los daños. Si insistimos en 2°C pagaremos un extra de $ 60 billones de dólares, pero solo evitaremos un flujo de $ 100 mil millones en daños que se inician en 70-80 años. Por otra parte, todas estas estimaciones asumen políticas climáticas rentables, mientras que en la vida real a menudo resultan mucho más caras.

El cambio climático es un gran problema y no se puede ignorar. Pero tenemos que dejar de lado la emoción y mirar los hechos; de lo contrario serán los más pobres del mundo los que sufrirán. El dinero que no se gasta en costosas e ineficaces reducciones de CO2 se puede utilizar para financiar programas que garantizan una mejora para sus vidas.

Cuando la ONU le preguntó a cinco millones de personas cuáles eran los temas que consideraban más importantes, el cambio climático se ubicó en la parte inferior de la lista de 17 temas, incluso por debajo del acceso a la conexión telefónica y a internet.