El 1 de noviembre se conoce como el Día de Todos los Santos, entre los que pueden estar familiares nuestros y otras personas que conocimos. El siguiente es el Día de los Fieles Difuntos, que algunos sustituyen por el foráneo Halloween, una fantasmagoría anglosajona y en absoluto cristiana.

Hoy se echan en falta los buenos ejemplos. Si leyéramos las vidas de los santos y se las contáramos a los niños, el mundo podría asemejarse a un cielo en la Tierra. Los santos son aquellas personas justas y llenas de amor puro que traspasaron ya los umbrales que nos separan de la eternidad. Ellos nos estimulan con su ejemplo. Al recordarlos pensamos en el cielo, la casa que no se destruye ni agrieta, nuestra eterna morada; allá Dios nos va a preguntar por nuestras obras de misericordia. Antes se estudiaban en la escuela y ahora no sé si en todas las catequesis, ¿cuáles son las obras de misericordia que practican los cristianos verdaderos y las buenas personas? En lo material, enumeradas son siete: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo (...). Otras siete son las espirituales, que revelan un corazón sensible y comprensivo: consolar al triste, dar buenos consejos, tener paciencia con los defectos de los que nos rodean, orar por vivos y difuntos (...). En eso radica la religión, en el amor manifestado en oraciones, obras y palabras. Que los santos nos ayuden a no despistarnos mientras caminamos hacia el día que no termina.

Josefa Romo, Valladolid, España