Es enorme el contraste existente entre los Estados Unidos que uno conoce como turista, y aquel que se conoce durante una estadía prolongada. Normalmente, cuando se viene de turismo a este país, uno se limita a visitar aquellos sitios que son excepcionales incluso para el estándar local. Las realidades de Nueva York, Miami, Chicago, Los Ángeles y Boston distan mucho de las que se enfrentan en Minneapolis, Birmingham, o Bismark.

Cuando pasan por estos lares, disfrazados de turistas, muchos se asombran del buen comportamiento de los locales. Se asombran tanto, que comienzan a emularlos; y de repente, dejan de botar basura en la calle, y no vuelven a escupir en la vía pública… hasta que regresan al terruño, y dejan las buenas costumbres y la sofisticación en la ventanilla de Inmigración.

El tiempo y el sitio que me han tocado vivir por acá me han servido para desenmascarar y conocer al americano promedio, aquel que existe más allá de la paranoia, las armas y la comida chatarra. Y es a través de este estadounidense “folclórico” que comienzo a comprender cómo funciona esta sociedad.

A primera instancia –y desde una perspectiva tan tribal como la sudamericana– se podría creer que esta sociedad es sumamente individualista. En realidad, sus canales de conexión social no son los mismos que utilizamos nosotros. El parentesco o la amistad no juegan un papel tan relevante acá. Más bien, la comunidad local inmediata es la que tiene una presencia sutil, pero constante.

Pongamos un ejemplo. Cuando alguien pasa por acá de visita, y me comenta su sorpresa de ver cómo las personas mantienen bien cuidados los jardines y las fachadas de sus casas, procedo a explicarles las reglas locales de juego. Aquellos que descuiden el aspecto de sus viviendas pueden ser demandados en una corte por sus vecinos, en caso que estos sientan que tal descuido pueda disminuir la plusvalía de sus inmuebles. Queda claro entonces, que existe una presión de la comunidad por mantener en buen estado a la propiedad privada; pues la sumatoria de las propiedades es comprendida –al menos la contemplación de las mismas– como un bien de la comunidad, que no debe verse afectado por el descuido de pocos.

Hace poco tuve la oportunidad de colaborar con los residentes de un barrio deteriorado de la ciudad de Mobile, con la intención de presentar una propuesta de intervención urbana al alcalde de dicha ciudad. Fue interesante y llamativo notar que la comunidad se uniera y desarrollara por sí sola una propuesta, en lugar de esperar que el gobierno local que acordara de ellos. La reunión con el alcalde no se llevó a cabo en la sede municipal, sino en un colegio de la comunidad. Durante la reunión, el alcalde se despojó de todo sentido de jerarquía; y se portó como un ciudadano más, dispuesto a oír, y no imponer.

Obviamente, acá también se dan escándalos de abuso de poder y de corrupción. Se cuecen habas en todas partes. Sin embargo, sería interesante tratar de descubrir si nosotros somos capaces de establecer nuestra propia versión de estas estructuras horizontales entre ciudadanos y gobernantes, que nos permitan materializar mejores barrios y ciudades.