Aunque nos acostumbremos a negarlo, tenemos que luchar constantemente contra un ego que anhela imponerse, sonata diaria en yo mayor. Por ende nuestra propia existencia es lo que más tenemos en mente para comprender la vida, lo que suele torcer nuestro juicio. Lo primero que deberíamos recordar cada mañana es la certeza de nuestra mortalidad, la fragilidad de nuestra vida terrenal, cada jornada se volvería entonces oportunidad para mostrar o demostrar amor. En vez de eso el ser humano pone muchas veces a flote sus amarguras, su envidia, su deseo de criticar todo lo que hacen los demás olvidando desde luego sus propias carencias, sus basuras inconfesables, sus tristes mecanismos de defensa, siendo uno de ellos la costumbre que tenemos de atribuir a los demás nuestros propios defectos.

Recuerdo siempre la frase de Gandhi: “Quien habla de sus inferiores suele hacerlo por sentirse inferior”, la envidia rabiosa siendo admiración abortada. Aquello puede sucederle al ateo que necesita siempre atacar a los eventuales dioses. Si se piensa que Dios no existe ¿por qué blandirle el puño? Se lo sigue buscando honestamente o se lo ignora, respetando desde luego toda creencia de quien practica con absoluta convicción tal o cual religión, se apega a sus mandamientos. Tengo amigos y amigas que son ejemplos en este sentido: unos son católicos, dos de ellos son musulmanes enemigos de toda violencia, otra es budista de extraordinaria vida interior, aprendo mucho de ella, vive en Settat (Marruecos). Los amigos ateos que poseo son humanistas a carta cabal, de ningún modo agresivos. Toda hostilidad dirigida en contra de los demás indica que algo anda mal dentro de nosotros mismos, revela ausencia de control, parcialización, lamentable testarudez, complejo muy arraigado.

Cuando llegamos al ocaso de nuestra existencia nos damos cuenta demasiado tarde de los errores cometidos, muchos de ellos volviéndose irreparables. Todos hemos lastimado a alguien en el transcurso de nuestra vida pero no hay cómo pedirle disculpas porque murió o porque se volvió impermeable a las excusas. Quien sigue odiando a un ser fallecido anda mal de la cabeza, por gusto desperdicia energía, involuciona en vez de evolucionar. Nada es tan lamentable como retroceder en el proceso de la necesaria superación. Llegué a la absoluta convicción de que solo el amor me permitió dar sentido a cada jornada mía, y si de algo deba arrepentirme será por haber fallado de pronto lastimando a quien me amaba sin tener luego la más mínima posibilidad de obtener su perdón.

Al juzgar a los demás ponemos en nuestra crítica el amargor de nuestros propios fracasos. Muchas veces reprochamos a los demás haber llegado a ser lo que nosotros no pudimos. Nada molesta tanto como el éxito que otros conquistaron, aquel que nosotros no pudimos alcanzar. En vez de admirar un bosque, ciertas personas sueñan con podar sus árboles. En vez de soñar con poseer un auto se intenta rayar el del vecino. Todo lo que nos aleja del amor al prójimo es un camino equivocado. Si te sientes hostil o infeliz busca en ti mismo las razones de tu hostilidad o de tu desdicha.