El domingo pasado se clausuró en Roma el primer sínodo extraordinario que fue convocado por el papa Francisco con el fin de discutir sobre los desafíos de la familia en el mundo contemporáneo y su relación con las nuevas condiciones de la sociedad. Ese sínodo extraordinario forma parte de un proceso que culminará después de otro en el 2015, y responde a la admirable intención del actual pontífice de reflexionar y dialogar sobre asuntos en los cuales la Iglesia había tomado posiciones irreductibles. Si bien en ese sentido la mayoría del clero elogia al papa Francisco, hay quienes consideran que con el sínodo se ha abierto una caja de pandora, de la cual todo se puede esperar.

Más allá de esa lectura, el sínodo ha sido el lugar adecuado para demostrar la diversidad de posiciones que existe al interior de la Iglesia por razones esencialmente ideológicas, con grupos conservadores respetables pero también recalcitrantes, para los cuales la simple referencia de ciertos temas resulta una encomienda demasiado terrenal, nada celestial. Hay cardenales que han ido inclusive más lejos al criticar abiertamente al papa y expresar que ha hecho daño a la Iglesia, al no declarar abiertamente su posición respecto de los temas discutidos, especialmente de aquellos que concitaron el interés del sínodo, como fueron la problemática de los divorciados vueltos a casar, así como la revisión de la habitual posición de la Iglesia respecto de los gays. Sin embargo, aquellos que están preocupados por el aperturismo del papa, no se han percatado de que hace 50 años Pablo VI ya hablaba de la necesidad de la Iglesia de “adoptar los métodos del apostolado a las múltiples necesidades de nuestro tiempo”.

Hay que reconocer también la evolución del pensamiento de la Iglesia en tales temas, pues hasta hace pocos años la simple posibilidad de permitir el acceso a los sacramentos de los divorciados hubiese sido totalmente impensable, mientras que en el sínodo, la incorporación de los párrafos acerca de ese punto en el documento final de carácter consultivo, tuvo una aprobación del 60%, para disgusto de una minoría –seguramente también de algunos pastores de nuestras diócesis– que se resiste al objetivo de una Iglesia que no excluya a nadie. La posición del ala conservadora de la Iglesia liderada por varios importantes prelados: Gerhard Muller, George Pell, Marc Ouellet, no fue en ningún momento silenciada ni excluida, pues una de las intenciones de Francisco era de que todos puedan expresar sus puntos de vista, por más radicales o desentonados que sean, lo cual enaltece la visión democrática del actual papa.

En el cierre del sínodo, el papa pidió no tener miedo a las novedades y a responder con coraje a los desafíos de hoy, reconociendo que había asistido a un debate abierto, crítico, sin tapujos. Mi opinión: creo que estamos ante la presencia de un líder espiritual notable, que ojalá pueda proseguir con el gran desafío de estos tiempos, una Iglesia inclusiva, no excluyente, dispuesta al diálogo, no intolerante.