Me refiero a las miserias del espíritu: ambición, mezquindad, egocentrismo, en contraposición a desinterés, generosidad, humildad.

Cuando uno mira a las autoridades devolver a los jóvenes su libertad, obteniendo que estos se declaren culpables y acepten pagar entre todos un semáforo destruido, como si la cincuentena de ellos hubieran lanzado, todos a una, piedras contra el mismo semáforo, uno no puede dejar de pensar: ¡Miserias!

Cuando otros jóvenes son invitados a una cena palaciega con la que se busca dividir a la juventud con becas, viajes, uno exclama: ¡Miserias!

Cuando uno aprecia que es motivo de orgullo gubernamental una política internacional de travesuras, como la de ofrecer y conceder asilo a un extranjero que robó documentación de otro Estado –lo que también es ilegal en el nuestro–, y por lo que está en prisión un joven soldado, y no se aprecia que si esa información reservada fue conocida, lo fue, en gran parte, porque los más grandes diarios del país perjudicados publicaron esos WikiLeaks, sin que se los haya condenado a pagar multas, ni se haya perseguido a sus directivos por responsabilidad coadyuvante u otros disparates; como también publicaron esos mismos diarios la información de otro filtrador de noticias a quien nuestro Gobierno concedió salvoconducto para que salga de China y venga a Ecuador con escala en Rusia, donde lo abandonó cuando el vicepresidente de la potencia perjudicada protestó, uno no puede dejar de entristecerse por estas ¡Miserias!

Cuando uno ve en la prensa una fotografía en la que, en la Mitad del Mundo, un expresidente latinoamericano, acusado internacionalmente de que fondos ilegales financiaron su campaña presidencial, devela el busto de otro expresidente latinoamericano, que poseía en su casa una habitación entera como caja fuerte personal, uno suspira: ¡Miserias!

Cuando la gente asiste a esta lavada de manos ponciopilatesca para que sean los municipios quienes eleven los pasajes y carguen con el rechazo popular, naturalmente dice: ¡Miserias!

Cuando uno constata que el llamado “milagro ecuatoriano” se lo debió a que los precios del petróleo subieron varias veces en los últimos ocho años, que el Gobierno se los gastó como nuevo rico, y que hoy, cuando los precios caen, sale de cacería de préstamos, en Oriente, en Occidente, y, ahora, en Medio Oriente, para continuar en esta orgía de gasto, en lugar de reducir los ministerios, la burocracia, los carros y aviones de última moda, los viajes innecesarios, las propagandas millonarias y ofensivas, uno piensa en el triste porvenir que nos espera, y no puede sino condenar a los autores de estas ¡Miserias!

Cuando se recuerda que al pueblo le consultaban sobre peleas de gallos y corridas de toros, y ahora que, casi unánimemente, quiere decidir sobre la modificación de la Constitución que él mismo aprobó, pues, sin pudor alguno, se le niega su derecho, porque la ambición, la mezquindad, el egocentrismo, han decidido ya la reelección indefinida del presidente y, además, de los legisladores, que quieren convertirse en caciques de sus provincias, uno solamente puede despreciar estas ¡Miserias!

Afortunadamente, el pueblo ha despertado y no tolerará más la dictadura del pensamiento único, menos el poder eterno.