Esto no es una fantasía, tampoco es un best seller que al puro estilo de Dan Brown pretende excavar lo más profundo de nuestras creencias religiosas para levantar una polvareda de pasiones, vender y acumular cantidades exorbitantes de dólares. El libro de Charles C. Mann, que en castellano se titula 1491: Una nueva historia de las Américas antes de Colón, es un ensayo histórico, con un amplio sustento arqueológico, por ende científico, tendiente a marcar un hito y un rompimiento de lo que hasta ahora hemos tenido como verdades históricas en lo referente a la América precolombina. Cuando nuestros “taytas y mamas” hablan de nuestro esplendoroso pasado, no es en son de una añoranza romántica, de una civilización truncada por la llegada de los peninsulares, sino que después de varios siglos de opacidad sigue grabada en la memoria de nuestros genes.

Charles C. Mann, uno de los periodistas de ciencia más serios y respetados de Estados Unidos, revela que de conformidad con los descubrimientos recientes en distintos campos del conocimiento, la población americana –los indígenas de América– era muchísimo más numerosa de lo que se pensaba hasta ahora; millones de personas a lo largo y ancho de este continente, localizadas casi todas ellas en asentamientos permanentes, dotadas de una cultura enormemente rica y variada, con acceso a tecnologías avanzadas y con un importantísimo impacto al medioambiente, hasta el punto de afirmar que el Amazonas es más bien un producto de la actividad humana, “un artefacto humano” más que de la naturaleza, contradiciendo la afirmación casi religiosa del ambientalismo militante. La selva amazónica, según arqueólogos y científicos, pudo haber sido una suerte de un inmenso cultivo de árboles, que proveían de sombra para muchas especies productivas, que dotaban de alimentación para los numerosos habitantes de esa región. Esto se pudo confirmar cuando desde un avión se visualizaron, una vez abierta la selva por la deforestación, grandes obras de ingeniería agrícola y urbana en la zona del Beni, en Bolivia.

Otra de las revelaciones suministradas por Mann es que las inmensas praderas de Norteamérica fueron creadas por los indígenas, gracias a grandes incendios controlados, con el fin de abrir espacios para el pastoreo. O que la primera ciudad de la historia apareció en el desierto de lo que ahora es Chile, antes que en Mesopotamia, como afirma la historia tradicional. A la fecha, en el llamado Nuevo Mundo había más habitantes que en el continente europeo, y algunas ciudades –como Tenochtitlán– tenían una población mayor que cualquier ciudad del Viejo Continente, con agua corriente, hermosos jardines botánicos y calles de una limpieza inmaculada. Para más pruebas recordemos las figuras de Nazca o los monolitos de Tiahuanaco, para solo mencionar dos, a los que incluso se les atribuye a visitantes de otros planetas, por restar méritos a nuestros sabios ancestros.

Ahora se preguntarán ¿qué es lo que pasó con esas brillantes civilizaciones, adelantadas para su época? Eso fue antes del fin de una pandemia, que se resume en la palabra virus, en especial de la viruela, una de las armas de destrucción masiva más poderosas que introdujeron los invasores y que prácticamente aniquiló la quinta parte de la población mundial.