Así la antología se va convirtiendo, como libro de balances de una empresa en quiebra, en una relación de pérdidas. La muerte de los que admiramos, la ausencia de los que amamos, la ruina de los lugares en que fuimos felices... De heraldos nos volvemos plañideras. Nada hay de admirable en vestir de luto, pero nuestro dolor exige altavoces para el llanto, nuestra angustia no puede quedarse dentro del pecho envenenándonos y ha de manar en el discurso melancólico. La aterradora sensación de pertenecer a una generación que ya se pone nos sofoca, pero pensamos que la hora más hermosa del día es el ocaso, con sus lujosos paños morados y sus dorados alamares de nubes. Entonces la elegía también puede ser memoria y monumento.

Por eso vengo acá con otro muerto que merece altísimo epitafio. Voy a hablar del artista Nicolás Svistoonoff. Ruso de origen pero nacido en Shanghái, China, vino joven a vivir, a pintar, a inquietar en Quito. Su sorprendente itinerario terminó la semana pasada en medio de estos Andes que tanto lo inspiraron. Casado con la brasileña también artista (¡y qué artista!) Sara Sánchez, a pesar de su cosmopolitismo ha de considerárselo un pintor ecuatoriano... o tal vez precisamente por ser cosmopolita es que podemos decir que era nuestro... que es, digo, porque los grandes creadores no serán pasado nunca, están en el perpetuo presente del arte. Nicolás el pintor con sus construcciones, visiones mágicas de una ciudad que se destruía construyéndose, o con sus grandes espacios, la inmensidad en todas las dimensiones capturada en la bidimensionalidad abstracta. En el grabado encontrará un medio apropiado para expresar ese cúmulo de inquietudes entrelazadas que siempre le bullía.

“Maestro” decimos a cualquier pintor, a Svistoonoff no se le decía, era un maestro en el sentido más integral del término. Formó a generaciones de artistas, entre los cuales se encuentra una rara unanimidad en el momento de agradecerle por sus consejos y sus impulsos. Es que era esencialmente un suscitador y como tal no se limitó a la plástica. Artista de la vida, visitar su casa era asistir a una cátedra de amor por la naturaleza y de culto a la belleza. Descubridor de la loma del Itchimbía como lugar para vivir, su domicilio era una atalaya florecida, desde donde dialogaba con las torres coloniales de Quito o, directamente, con el Ruku Pichincha. En el pequeño bosque de su jardín se entretenía provocando arcoíris matinales, mientras lo visitaban colibríes y tangaras, entre su impresionante colección de orquídeas, sus cactus y sus acuarios. Nada estaba por azar allí, todas estas cosas lo interesaban apasionadamente y era un experto en cada una de ellas. Con generosidad y modestia compartió en los últimos años sus ideas, sus conocimientos y sus creaciones en las redes sociales, en las que llegó a ser un personaje. Todo lo que pueda decir de este creador inagotable y diverso será poco, ahora que ya es nube, luz, universo.