Enseñar a comer a los ecuatorianos me parece una gran labor y parece que el Gobierno nacional se ha empeñado en ello. Ahora los productores de alimentos deben informar en las etiquetas de sus productos el nivel de sal, azúcar y grasa. También la condición de transgénico del alimento. Escuché decir al presi que iba a gravar con un impuesto la comida chatarra de los establecimientos de cadena, lo que dejaría libre del gravamen a cualquier chiringuito o quiosco donde vendan comida grasosa.

Y es que la obesidad es un problema gordo, de eso no cabe duda, pero ¿será suficiente encarecer un producto para que la gente deje de consumirlo? O ¿habrá que crear conciencia? Por algo hay que empezar y aplaudo la iniciativa, pero sería bueno convocar a un debate sobre el tema porque las cifras de obesidad, inclusive infantil, son alarmantes y los males que esta conlleva, terribles. Sin embargo, pienso que el problema de la gordura va más allá de los malos hábitos alimenticios. Creo que la obesidad, indistintamente del peso corporal de la persona, es una actitud, es la enfermedad de una sociedad que nos vende todo, que nos obliga, a través de una engañosa publicidad, a consumir cada día más. Siento que nos vamos volviendo robots del consumismo, que no nos conformamos con el teléfono que tenemos porque ya salió la versión nueva, que “necesitamos” el carro último modelo, la ropa al último alarido de la moda y hasta el libro del que todos hablan. He atendido lectores que han llegado a mi librería preguntando ¿tiene ese libro que está de moda? (Pregunta por demás difícil para una librera como yo, para quien Borges, Salinger o Hesse siguen estando de moda).

Vivimos para consumir y esa es la raíz del problema, difícil veo dar marcha atrás ahora que hasta los políticos son un producto que se vende gracias a la excesiva propaganda. Bueno sería que en la solapa del terno, el cuello de la guayabera o en cualquier lugar visible nos informaran honestamente por quién estamos votando, quién nos está gobernando o quién será un posible sucesor. Pienso que las categorías podrían ser ‘alto en grasa’ para aquel político pesado, ‘bajo en sal’ para el funcionario al que le falte chispa, ‘alto en azúcar’ para el que vive sonriendo, y hasta podrían añadirse las categorías de ácido, picante y muy picante.

Este asunto del consumo indebido y de la comida chatarra me recuerda una ocasión en la que un querido amigo, a quien apodamos Topo, fue al mercado a comprar frutas y legumbres. Al salir, pasó por los sitios de comida y una amable vendedora le brindó lo que en Riobamba llaman ‘la probana’, que es ese pedacito de comida que la vendedora da a probar a su posible cliente. Bonito, caserito, vaya probando el hornado, le dijo la buena mujer. No gracias, soy vegetariano, contestó él. La vendedora lo miró con ternura y le dijo: Me muero, ¡qué lindo el señor lo que se ha de morir sanito!

Ojalá las autoridades logren que nos alimentemos bien y podamos morir sanitos.