Uno de los últimos trabajos de graduación de la última promoción de médicos trató un tema interesante y sugerente. Aunque conocido, no había sido documentado: el temor a la neurología entre los estudiantes de la carrera de Medicina. El autor, un joven colega involucrado en este particular ámbito científico, mediante una encuesta en su Facultad, logró reflejar un hecho que se repite una y otra vez y ha sido reportado y analizado varias veces en la literatura médica.

En 1994, Ralph Jozefowicz (Universidad de Rochester) acuñó el término “neurofobia” para designar el miedo a las neurociencias y a la neurología clínica, debido a la incapacidad de los estudiantes para aplicar sus conocimientos de ciencias básicas en las situaciones clínicas. A partir de entonces, varias publicaciones han aparecido resaltando la importancia del tema y sus implicaciones en la atención médica. En la encuesta local a la que me he referido, la Neurología fue considerada la más difícil entre ocho especialidades médicas, y ocupó el segundo y el tercer lugar en confianza clínica y conocimientos personales, respectivamente. Asimismo, fue poco el interés mostrado para escogerla como especialidad médica.

Lo paradójico es que, mientras más larga vida vivamos los seres humanos y, por ende, mientras más envejecimiento haya en la población, más frecuentes serán las enfermedades neurológicas. Según la OMS, contribuyen en 6,3% a la carga mundial de salud. Es la causa más reiterada de discapacidad en adultos. No es oficial la cifra, pero se estima que hay alrededor de 400 neurólogos en el Ecuador. Eso hace suponer que muchas consultas neurológicas son atendidas por médicos generales. Y, si existen resistencia, desconocimiento y escasa autoconfianza en la especialidad, también puede suponerse que, en tal caso, las atenciones, los diagnósticos y los tratamientos no son precisamente los más adecuados. Es muy probable que el recelo hacia la neurología producido durante la carrera universitaria perviva durante el ejercicio profesional.

Tal como se ha publicado, la “neurofobia” se origina en los primeros años de la carrera médica; en el aprendizaje de las ciencias básicas, que al ser enseñadas de manera aislada y monótona generan dificultad y rechazo. Otro momento ocurre durante el periodo propedéutico, cuando el estudiante se expone frente al paciente y aprende a examinarlo. Sin bases de anatomía funcional y sin correlación clínica, la semiología neurológica está condenada al fracaso. La neurología es una de las pocas especialidades médicas cuyos diagnósticos se basan principalmente en la semiología. Si esa integración secuencial de conocimientos se cumpliera, lo más probable sería que la enseñanza de la neurología clínica resultara más interesante y fuere mejor aprovechada. Habría más estudiantes atraídos por las neurociencias y tuviéramos más y mejores especialistas. Y si de medicina primaria se tratara, los profesionales tendrían suficientes conocimientos para diagnosticar y orientar mejor a sus pacientes.

Como en todo lo que a educación se refiere, el rol que cumple la docencia en esta tarea es fundamental. Además de preparación académica, quien enseña debe amar lo que hace, debe amar lo que enseña. Transmitir conocimientos con entusiasmo, dedicación y disciplina asegura una mejor formación profesional y favorece la erradicación paulatina de las fobias a determinados saberes.