¡Qué linda que estuvo la marcha! ¡Y qué linda que estuvo la contramarcha! ¿Ustedes sí marcharon o recontramarcharon? No se preocupen, que yo les cuento.

Verán: al principio solo iba a haber marcha, pero el excelentísimo señor presidente de la República, que anda preocupadísimo por la salud de sus súbditos, dijo que así como las hamburguesas son malas para el colesterol, la marcha es mala para el riñón porque produce piedras y los marchantes expulsan esas piedras contra todo lo que se les pone al frente y se vuelven tirapiedras. Y amargados y retrógrados y conservadores y todo mismo se vuelven. Entonces, convocó a sus huestes al frente de su palacio y les dijo que como ellos no tienen riñón, podían nomás quedarse ahí bailando y cantando con él, porque eso, en cambio, produce revolución, que es buena para la salud. La Plaza de la Independencia poco a poco se fue llenando de la gente que, en lugar de presentar su carné de empleados públicos, presentaba las radiografías que certificaban que no tenían piedras no solo en el riñón, sino en los bolsillos. O sea estaban todos sanísimos porque en lugar de piedras tenían buses que les habían traído desde sus lejanas tierras, la mayoría también tenía empleo, viáticos, sánduches, colas y, los más sanos de todos los sanos, saludaban ora desde los balcones del Palacio, ora desde la tarima, demostrando su lozanía.

Por el otro lado, en cambio, venían los que el excelentísimo señor presidente de la República diagnosticó como tirapiedras, que eran todos malos, pálidos, secos, enfermos de odio, amargados, sicópatas, que habían sido operados en tiempos de la partidocracia y por eso hasta les habían extirpado la orquesta, la alegría, el entusiasmo por la patria nueva. Además de los tirapiedras propiamente dichos desfilaban los médicos tirainyecciones, los telefónicos tirautilidades, los mecánicos tiratuercas, los jubilados tirapensiones, los universitarios tirapénsum, los indios tiraponchos y los ahorcados tiraimpuestos. Todos bastante hechos leña, francamente. En lugar de saxofones y maracas llevaban, pobrecitos, unos carteles que no sonaban como las orquestas de la contramarcha, porque estaban sin parlantes y por eso nadie oía lo que decían: “La restauración conservadora está en Carondelet”, “Protestar no es delito”, “Correa dictador” y frases de ese jaez que, comparadas con la música que salía desde la plaza de la Independencia, no provocaban ganas de bailar. Sí era de que se pongan un poco más gastronómicos y canten aunque sea “Correa hamburgueso/ te comes la carne y nos botas el hueso”, “Correa dictadorcillo/ que comes leyes con el cuchillo”, “Correa come cui/ devuélvenos el Yasuní” o, por último, “No tragamos reelección/ porque nos da indigestión”.

Total, los de la contramarcha, felices, seguían con su música y sus orquestas, demostrando que a la revolución ciudadana no la para nada ni nadie, peor un grupo de amargados que, carentes de toda mística y de todo sánduche, se atrevían a salir a las calles para exigir democracia y libertad.