A mi padre le gustaban los pasillos y entre los que oía con placer, recordé uno muy poético. Hablaba de un bosque perfumado y silencioso y en esa calma veía una barca y el idilio con su pareja, al tiempo que contemplaba detrás de los álamos la luna. No recuerdo exactamente, la letra, solo una estrofa: Qué sueño aquel, mas desperté llorando/ porque ni barca, ni laguna vi/ y al ver que solo soy feliz soñando/ para seguir gozando me dormí.

Cuando pensé en compartir con ustedes, amables lectores, la idea que me sugirió esta estrofa, me interesé por conocer datos elementales del pasillo. Su nombre es Un triste despertar, la letra es de Carlos Arturo León y la música de Francisco Paredes Herrera. Pero no es de eso que quiero escribir.

Cuando recordé la estrofa mencionada, se me ocurrió pensar que quizás, exactamente eso, es lo que ocurre a los pueblos con algunos líderes y algunas campañas y propagandas políticas, que los sumergen en un agradable sueño y de repente tienen un triste despertar. Entonces, tienen dos alternativas: o siguen dormidos –y es lo que a veces ocurre por algún tiempo, hasta que la realidad insiste en despertarlos– o admiten que era una fantasía que acabó y que la situación les exige renunciar al sueño y enfrentarla.

Creo que algo de esto ocurrió recién y llevó a la convocatoria de la marcha que acaba de realizarse y en la que estuvieron presentes ciudadanos integrantes de diversas agrupaciones. Aunque fue convocada por el Frente Unitario de Trabajadores para expresar su desacuerdo con algunos planteamientos del proyecto de Código Laboral, se sumaron allí descontentos por diversas causas.

Una marcha de ciudadanos inconformes con algunas medidas del Gobierno, no es, no tiene por qué ser alarmante, ejercen un derecho que la propia Constitución consagra. Debía ser vista con interés poniendo atención a lo que dicen, sin darle el carácter de desestabilizadora, ni suponer que todo el que no piensa igual es un conspirador.

Admitamos con franqueza que es normal que no todas las acciones del Gobierno satisfagan a la totalidad de la población, así como lo es que no todas las expresiones de la ciudadanía sean del agrado de quienes ejercen el poder. Pero en una sociedad que se define a sí misma como democrática, la opinión y formas de expresión solo tienen los límites del respeto a los demás y a las leyes. Lástima que esa demostración de descontento terminó con violencia, al parecer de origen no muy claro. Pudo haber sido un ejemplo de cómo quienes reclaman al Gobierno y quienes fueron convocados por este a demostrar respaldo, pueden hacerlo el mismo día y en paz, iniciando así un diálogo, en el que nadie tenga la razón absoluta, nadie deje de decir lo que piensa y todos busquen un acuerdo. Pero, probablemente, como en el pasillo, esto es un sueño, sin embargo, el despertar no sería triste si todos asumimos la realidad para transformarla y entonces volver a soñar.