Se habla mucho de gravámenes, tasas, tributos, cargas, aranceles. El emperador Vespasiano creó un impuesto insólito en una época en que la ausencia de cloro se solucionaba en Roma con el uso del amoniaco de la orina, en Egipto con el estiércol de los camellos. La micción romana se convirtió en lujo, pues permitía abastecer a quienes necesitaban blanquear togas, adobar cueros, curtir pieles. Los antiguos y hasta los renacentistas utilizaban la orina para blanquearse los dientes. En pleno siglo XXI se sigue hablando de orinoterapia como alternativa o fines cosméticos.

Un poema de Catulo (un siglo antes de Cristo) hace referencia a un celtíbero, cuya resplandeciente sonrisa se debía a tan peculiar tratamiento odontológico “os tuus urinam olet” (tu boca huele a orina). Pero la frase de Vespasiano se recuerda cuando hablamos de gravar cualquier cosa con impuestos, él dijo: “Pecunia non olet” (el dinero no huele). Lo diría yo de otra forma en el mismo idioma: “Argentum non habet odorem”. Nadie se atreve a pasear las narices sobre un billete salvo el caso de que salga nuevo y flamante de algún banco. Sucio, arrugado, hasta grasoso, el símbolo de la riqueza provoca más náusea que admiración. Un estudio hecho recientemente encontró en un solo billete de un dólar más de tres mil patógenos, es decir, gérmenes susceptibles de provocar enfermedades.

Que sea el dólar, el euro, la libra esterlina estamos lejos del famoso Luis de oro (Louis d’or) creado por el rey Luis XIII en el año 1640. El Napoleón de veinte francos contenía casi seis gramos de oro, la idea de tener en mano una moneda hecha con este metal luce más poética que el contacto con un mugroso pedazo de papel. Voltaire pensaba que todos somos de la misma religión cuando se trata de dinero, sabemos la importancia que adquirió en la iglesia cualquier moneda llamada “vil metal” por quienes no la tienen. Al perro que tiene dinero se lo llama Señor Perro, el proverbio no es nuevo, mas pasar la bandeja, la gorra o la manga de red siempre luce como mendicidad en cualquier lugar. Más que desdolarizar deberíamos desodorizar. En Canadá y varios otros países elaboran billetes más durables con hojas de polímero plástico flexible en las que los niveles de bacterias son menores.

Pensamos que todo se compra, todo se vende. El dinero aplaca necesidades apremiantes, sirve para matar, traicionar, presumir, sobornar, corromper, tener cosas, sirvientes que hagan lo que uno no desea hacer (por eso también existe un impuesto a la recolección de basura), promueve la codicia, la envidia, el trueque, el cambalache (recuerden la letra del famoso tango). Si no existiera el dinero, disminuirían los delitos de un modo dramático, trabajamos por dinero porque sin dinero no hay comida en la mesa. Cuando se acaben el agua, las cosechas, los animales y vegetales, quizás se dé cuenta el hombre de que el dinero no se come. Cualquier billete, siendo o no el dólar, seguirá apestando porque casi siempre lo que creemos poseer nos posee a nosotros. Las riquezas realmente importantes no tienen valor material.