Alfredo Saltos Guale

Autoridades centroamericanas, africanas y caribeñas proclaman que su cacao es el mejor del mundo, a lo que se suman aseveraciones no especializadas de Colombia y Perú que contrastan con el parecer de la comunidad internacional, que ha otorgado esa honrosa distinción al que se cultiva en nuestras campiñas, donde crece orgulloso gracias al maravilloso entorno y al amoroso cuidado que le prodigan los agricultores, que determina la privilegiada característica de aroma floral, que seduce y embelesa a entusiastas catadores. Científicamente se ha determinado que el contenido de ciertas sustancias químicas y su proporción en el grano generan el aroma y sabor singulares e inconfundibles de nuestro cacao, prodigiosamente transmitidos a otros tipos que conforman el llamado complejo de cacao ecuatoriano, aceptado en el mercado como “cacao arriba”, protegido legalmente por su denominación de origen, a nombre del Ecuador.

El chocolate elaborado con ingredientes locales alcanza los mayores lauros en cuanto a calidad y preferencia de los exigentes importadores, por lo que resulta casi siempre ganador en todos los eventos gastronómicos, siendo el interés central en los encuentros científicos que se realizan en la ciudad y otras metrópolis del mundo, donde los más conspicuos especialistas resaltan sus bondades. Sin embargo, son pocas las preocupaciones por cerrar la enorme brecha de injusticia, que se agranda cada vez más, cuando el precio que recibe el productor representa apenas el 5% del valor final de los elaborados (Comercio Justo, 2014), iniquidad que a veces oculta, en latitudes diferentes a la nuestra, vergonzoso trabajo infantil, tráfico de personas, afectación al medioambiente y empleo de pesticidas de alta toxicidad.

Se celebran los esfuerzos públicos y privados por mejorar el estado de las plantaciones, así como el interés por promover instalaciones industriales que procesen en origen las cosechas, sin embargo, no serán suficientes para provocar un cambio radical que mejore los ingresos nacionales, mientras persista la influencia de las transnacionales que actúan en la compra del grano, de los semielaborados y la comercialización del producto terminado. Son claras y documentadas las denuncias que las bolsas, donde se transa el cacao cual materia prima común, no son transparentes, hay manipulación de especuladores financieros que operan en campos diferentes al agrícola. En tanto, esa extraordinaria virtud del cacao nacional, de su finura y aroma, no tiene el premio que se dice poseer cuando se lo paga en niveles inferiores a los ordinarios de otros países. La única solución para mitigar el desequilibrio es la organización interna y el trabajo mancomunado de productores, industriales y exportadores, que de manera corporativa aumenten la capacidad negociadora frente a poderosos grupos que se llevan la mayor parte del pastel, mientras el plausible trabajo de movimientos como “comercio justo” o las certificaciones ambientales no alcanzan a enderezar las iniquidades.

Se debe persistir en mantener un buen volumen de área con el tipo nacional, que se refleje en una producción creciente gracias al mejoramiento de las prácticas agrícolas, sin desestimar que otros ejemplares de cacao, no tan aromáticos, son también importantes, pero es necesario ratificar que la vigencia internacional de Ecuador estará asegurada mientras disponga de suficiente oferta de variedades que conserven su finura y aroma, pero justipreciada en función de su prodigiosa calidad, revertida a favor de los cultivadores.