Cuando un monje tibetano, en protesta por lo que considera injusto, se empapa algún líquido inflamable y se prende fuego en una plaza pública, lo hace con honor, en un acto de violencia que no involucra más que la vida propia. Honor que no tienen aquellos que amparados en el cobarde camuflaje del incógnito o la noche colocan bombas donde solo acechan la vida de inocentes: mujeres, niños, ancianos, trabajadores cansados de sus extensas jornadas.

Hace poco, catorce personas resultaron heridas por la explosión de una bomba cerca de la estación Escuela Militar del metro de Santiago, donde millares de personas transitan diariamente. Luego, otro artefacto explotó en un lugar de la ciudad, hiriendo a otra persona. Esto se suma a las casi cien explosiones perpetradas en el último lustro en Chile, que solo habían afectado a locaciones banqueras, diplomáticas, policiales, estaciones de metro, en horarios y lugares que no ponían en riesgo vidas humanas. El hecho de que esto suceda en un mes que recuerda un acto violento como el derrocamiento del presidente Allende por parte de los militares encabezados por Augusto Pinochet y que el lugar escogido haya sido cercano a la Escuela Militar conlleva a un sospechoso análisis que hace recordar un trágico pasado aún fresco en la memoria.

La presidenta Bachellet dice que aplicará con extremo rigor la ley antiterrorista, más aún cuando su madre, Ángela Jeria, fuera testigo presencial del atentado. La ley antiterrorista nació bajo el régimen de Pinochet y fue usada para reprimir las protestas indígenas y sociales. Esta fue criticado por el actual gobierno cuando era oposición y el presidente Piñera quería usarla contra mapuches y estudiantes, y la oposición de hoy critica al gobierno actual de no hacer uso oportuno de esa herramienta coercitiva.

La noticia me atrapa en Ecuador, llamo a Chile para saber el estado de mi hijo y su madre que viajan diariamente en el metro. Me alegra saber que están bien, me preocupo por aquellos que no tuvieron la misma respuesta y me enrabia esa violencia que tiene a una ciudad en vilo. Mahatma Gandhi, defensor de la no-violencia y el pacifismo, reconocía que no existe ninguna persona completamente libre de violencia, ya que esta es una característica innata de los seres humanos. Históricamente, la violencia fue usada para hacer revoluciones y transformar sociedades, y hoy se refleja en la rabia de estudiantes, obreros, de hermanos mapuches, grupos antisistema, pero en tiempos de modernización hemos avanzado a formas racionales para protestar sin arriesgar vidas humanas.

“Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia”, agregaba Gandhi. Posiblemente la percepción que tienen los que colocan bombas es que combaten por una causa justa, pero sus métodos causan desaprobación, porque afectan directamente a quienes dicen defender.

No apoyo ningún tipo de violencia, ni siquiera la que se practica contra sí mismo, pero tendría algo de respeto por estos rebeldes “anónimos”, si tuvieran el valor de ir a una plaza pública vacía con sus bombas, se las ataran al cuerpo y protestaran con el mismo honor de los monjes tibetanos.