Gracias a una gentil invitación de la Universidad Santa María de Guayaquil, participé en el congreso de bibliotecología que organizaron. Allí tuve la oportunidad de asistir a una magistral conferencia sobre ética, que la dictó Anastasio Gallego, su rector. Profundo, directo y con una claridad que solo alguien con su inteligencia es capaz de lograr, compartió su parecer.

Yo, a propósito del uso de la biblioteca como sala de castigo, les conté que cuando era estudiante de primaria en el colegio de las monjas bethlemitas en Latacunga, el lugar de castigo era la sala de ciencias, mejor conocida como el cuarto de la calavera. Situado en la parte alta del viejo colegio, este era un enorme salón oscuro, porque unas puertas de madera que siempre permanecían cerradas cubrían sus ventanas y porque un tenue foco, de luz amarillenta, poco o nada alumbraba. El espacio era pavoroso, el olor a formol enrarecía el ambiente y la calavera, un esqueleto humano completito, desde el fondo del salón nos miraba y se burlaba de nosotros. Su risa irónica y su profunda mirada hueca nos enseñaban a portarnos bien, nos gustara o no.

Hace poco se inició el ciclo escolar en la Sierra y una vez más hemos sido testigos de la importante e innegable inversión que el Gobierno nacional hace en la educación. Es bueno ver cómo han mejorado las instalaciones y cómo la educación va cambiando. Cada vez más estudiantes tienen acceso a las nuevas tecnologías y a material didáctico que con seguridad les dará mucho conocimiento. Y lo que también es bueno, es que se habla finalmente de la capacitación docente.

Pero, mientras esto sucede, ¿qué pasa con la otra educación? Esa que nos enseña a ser buenos ciudadanos. ¿Quién se ocupa de enseñar a los ecuatorianos a ser gente de bien? Hay cosas que parecerían de sentido común, pero que aparentemente no lo son. Parece obvio que para la buena convivencia debemos recoger la caca de nuestro perro, no botar basura, cuidar que la alarma de nuestra casa o carro no suene sin compasión, evitar las fiestas ruidosas y los juegos pirotécnicos exagerados, respetar las normas de tránsito. No deberíamos insultar o descalificar a quien no piensa como nosotros o no profesa nuestra fe. ¿Quién nos educará con el ejemplo?

Me apena ver que a medida que crecen nuestras ciudades, más sucias se vuelven; que mientras más educación formal, más títulos y más poder acumulamos, más despreciamos y desvalorizamos al prójimo. Y lo que es peor, a medida que crecemos vamos perdiendo los valores que aprendimos de chicos; la falta de cortesía, la indelicadeza y el abuso van siendo el pan nuestro de cada día.

Tal vez ha llegado el momento de inaugurar escuelas del milenio que eduquen no solo a los maestros y sus alumnos, sino también a los padres, a las autoridades y a la clase política, recordándoles que a ser gente decente se aprende en la casa, que solo con el ejemplo se enseña respeto y honradez.

Y si eso no da un buen resultado, tal vez ha llegado la hora de reinaugurar el cuarto de la calavera.