La confrontación de las ideas siempre fue excepcional en nuestros políticos y en nosotros, los ciudadanos. El insulto habitualmente desplazó al debate. Recordemos que algunos líderes ecuatorianos desaparecidos fueron insultadores ingeniosos antes que polemistas provechosos. Como los sociólogos dicen que las estructuras permanecen, quizás conviene aprender a insultar correctamente para afirmarse como sujeto político y ciudadano. Aunque soy un neófito, me permito compartir con los lectores algunas sugerencias inferidas de clásicos como Schopenhauer, y otras deducidas –mediante la lógica lo contrario– de las cartas de ciertos lectores cotidianos y minuciosos, los troles:

Escriba con propiedad. Si insulta por escrito, evite incurrir en faltas de ortografía, sintaxis y puntuación. Privilegie los sustantivos y evite la proliferación de adjetivos. Utilice mayúsculas y minúsculas. Si tiene dudas, confíe en el sistema operativo corrector de su computadora. Desempolve su texto escolar de gramática para cualquier consulta, o recurra al de su hijo. Nada desluce más su insulto y lo vuelve a usted vulnerable a la réplica de su adversario que un texto descachalandrado.

Sea original. Apelar a los lugares comunes convierte su insulto en un sonsonete intrascendente. Lea los clásicos y revise el diccionario para crear sus propias ofensas. Olvide las típicas líneas de Hollywood, como el desgastado “Fuck you!”; nuestra lengua es rica y suficiente. Algunos insultos que siguen circulando fueron inicialmente efectivos y originales, pero se han deteriorado rápidamente por la repetición masiva. Por ejemplo, insistir con el “mediocre” para disminuir al rival, ya se volvió mediocre.

Invente sus propias metáforas. De todas las figuras y tropos del lenguaje, la metáfora es el recurso favorito de poetas, comediantes e insultadores refinados. Consiste en la sustitución de palabras que crea nuevos sentidos a partir de términos comunes. Su eficacia reposa –nuevamente– en la originalidad. Por ejemplo, “sicarios de tinta” fue un bello ejemplo de metáfora con inspiración montalvina, pero desafortunadamente hoy luce su filo mellado a golpes de repetición mecánica.

Evite citar. Si usted recurre a citas de famosos para insultar, se arriesga a que su diatriba naufrague a medio camino entre el debate impensado y el improperio deseado, sin alcanzar ninguno. Por ejemplo, zaherir a su oponente con un aforismo de Sartre en lugar de llamarlo “traidor y canalla”, lo expone a que su enemigo atesore su carta como el insulto más elogioso jamás recibido.

No utilice categorías diagnósticas, desventajas físicas o diversidades sexuales como insultos. La moral vigente considera crímenes de odio a las ofensas por particularidades de cualquier tipo que ubiquen al ofendido en una minoría o grupo vulnerable. Adicionalmente, la discriminación positiva otorga compensaciones a quienes poseen esas particularidades. Insultar apelando a esos rasgos está penalizado y resulta desactualizado.

Finalmente, no amenace y limítese a insultar. La amenaza física sugiere impotencia cognitiva, y la judicial evidencia omnipotencia política o económica. Recuerde que el insulto es una práctica lenguajera que deriva su estética y su deletérea pero sencilla eficacia del arte de decir y escribir correctamente. Anunciar un pasaje a la acción desvirtúa su propósito e infringe estas pequeñas reglas que le ayudarán a dominar cualquier controversia política y lo convertirán en un patriota temible.