Hay precipicios y precipicios. Unos son buscados, otros son temidos y evitados, cuando es posible. En ocasiones tenemos la sensación de que nos hallamos al borde de un precipicio y sentimos angustia, hasta vértigo. Nuestra fisiología acompaña con sus reacciones a las preocupaciones de la mente y también a todo aquello riesgoso que nuestros sentidos detectan.

Hace algunos años pasé por Catacocha, provincia de Loja (Paltas) y escribí, en este mismo diario ‘¿Catacocha o Cotacachi?’ para llamar la atención del lector mediante dos términos con cierta similitud en las palabras cata y cota, cocha y cachi, a sabiendas que Cotacachi se halla en el extremo norte del país, en Imbabura, mientras Loja fue y es nuestra aguerrida centinela del sur.

Catacocha tiene una joya que eriza los pelos y contiene el aliento; es dueña de una roca cortada perpendicularmente al valle de Casanga; 150 metros de caída al abismo fue objeto de miedo y temor y de atractivo fatal al mismo tiempo. En el fondo de este precipicio reposan voluntades suicidas de bohemios, amores inconclusos, deudas impagables y muchos conflictos insolubles y jamás confesados.

¿Miedo o valentía? Siempre se discutió este tema pensando en los suicidas. Guardo mi respeto por ese sagrario personal que todos poseemos y que quisiéramos que nadie lo profane: nuestro pequeño-inmensurable mundo interior. En sano juicio nadie encuentra en la muerte una opción mejor que la vida. El suicidio guarda sus inescrutables secretos porque contados suicidas escaparon de su decisión fatal para contarnos algo del porqué, del cómo o para qué. La vida humana nunca dejará de ser un acertijo, es por eso que vale ser vivida a plenitud. Debe considerarse un maldito quien se complace cuando daña a sus semejantes, cuando se ríe de sus defectos o cuando vilipendia y menosprecia sus existencias.

Mencioné que hay precipicios y precipicios. Existen precipicios que también dan miedo porque ponen la vida en peligro sin haberlo buscado. Me refiero a varios puntos de nuestras carreteras que no fueron suficientemente protegidos para disminuir el riesgo para las personas que por ellas transitan. Son esos peligros difíciles de esquivar por la lluvia o la neblina; algo peor, porque no se ensanchó la vía lo suficiente como para que se la pueda usar, sin peligro, en los carriles de subida y bajada simultáneamente.

El Dr. Nardo Íñiguez Marín aboga por la carretera, ‘en eterna construcción’, Gualaceo-Limón. Nardo es un ciudadano que sabe de caminos malos y que también ha comenzado a disfrutar de caminos mejores como la Méndez-Macas o la Macas-Puyo o la Méndez-Paute. Es por esto que él se siente mal porque el tramo mencionado ha tenido mil comienzos y no termina de concluirse siendo su kilometraje vergonzosamente pequeño. Recorrí hace unos días este sector. Aplaudo la Gualaquiza-San Juan Bosco-Plan de Milagro y me sumo a los habitantes del sur del país para reclamar la urgente terminación de esta vía. Cuenca-Guayaquil y Cuenca-Gualaquiza equidistan. Nuestro Oriente tiene derecho a incrementar su turismo. Azuay, Cañar, Loja, Morona Santiago y Zamora merecen culminar una interesante red de comunicación vial.

“El oriente ecuatoriano es un rubí, todavía en bruto”.