Latinobarómetro es una medición de percepciones del público de los países de la región acerca de varios temas, en especial relacionados con la democracia. Su principal fortaleza es ubicar y comparar a cada uno de nuestros países –o agregaciones– con la información de otros de la misma encuesta, por la metodología común. Su principal debilidad es que tras las cifras contrastables existen significados diferentes o formas distintas de entender una misma cuestión por los encuestados. Esta debilidad es compartida por todas las encuestas. Por ejemplo, ¿cuando hablamos de democracia entendemos lo mismo argentinos y ecuatorianos? ¿Uruguayos y colombianos entienden lo mismo cuando se les hacen preguntas que miden la eficiencia de la democracia?

En general, los usuarios silvestres o sofisticados de las encuestas deberíamos aproximarnos a ellas del mismo modo. Esto es, asumir que una encuesta debería haber sido técnicamente bien elaborada. Léase, que todos los habitantes de un universo encuestado –un país, la región–, en nuestro caso, Ecuador o América Latina, deben haber tenido la posibilidad de ser consultados por la encuesta y que no lo fueron por una rigurosa posibilidad aleatoria (mejor dicho que por la suerte no salieron sorteados en la muestra). Y que, dependiendo de varios factores, entre ellos el tipo de universo –un país, un barrio, un grupo social–, se pueden utilizar varias estrategias para tomar una muestra, esto es, la fracción de personas encuestadas. Hasta acá, las precisiones técnicas útiles e inútiles.

(En algunos campos soy un desconfiado pertinaz. En relación con las encuestas electorales –las que se hacen para diseñar la estrategia para un candidato o medir sus resultados actuales y eventualmente proyectarlos– suelo tomar distancia de aquellas encargadas a las empresas con esos propósitos y que se hacen públicas. Si, por ejemplo, el candidato paga una encuesta cuya información debe servir para sus propósitos electorales, esta no debería, por principio, ser pública. Pues, en caso contrario, el candidato habría perdido la inversión que hizo, y el rival puede colegir cómo procederá y su estrategia. Pero, si la hace pública, la encuesta es doblemente sospechosa. Este párrafo va entre paréntesis, pues no es el caso que analizo. Es solo una digresión).

Latinobarómetro 2013 presenta varios resultados sugerentes. Revisaré pocos resultados que hacen relación a Ecuador. No necesariamente los que son moneda corriente de los discursos presidenciales. Para el(los) poder(es), las encuestas son “chimbas” cuando afectan a sus intereses, mientras que son una verdad irrefutable cuando sirven para sus propósitos. Repasaré rápidamente algunas líneas de interpretación que nos aproximen a leer significados profundos y no inspeccionaré la “carrera de caballos” (quién gana, quién pierde). Es decir, trataré de comprender lo que está ocurriendo en el país y no de apuntalar a la política corriente.

El incremento del apoyo a la democracia en países como Ecuador puede tener un doble sentido: apoyo frente al peligro de perderla, apoyo como necesidad de sostenerla, apoyo a su forma actual de incremento del consumo. Además, la “robustez” de la democracia puede confundirse con una imagen de ausencia de oposición y de dependencia y sumisión parlamentaria a los ejecutivos fuertes. Dicho rápidamente, hoy, el contenido de la democracia como ausencia de institucionalidad y aumento del consumo parece inundar a las comprensiones del público. A su vez, en Ecuador la imagen de progreso es descomunal; el confort con la situación económica y las expectativas personales y del país son únicas. Expresado en lenguaje gubernamental, el país es un ejemplo planetario y el milagro ecuatoriano es la nueva democracia. Cuadro a cuadro de la encuesta, Ecuador se perfila como un prototipo de democracia que quiere convertirse en nuevo parámetro de la región. La democracia reducida al consumo, de habitantes engordados por la política pública, sin ciudadanía política ni sociedad.

Sin embargo, se puede colegir desde la encuesta que el público confunde movilidad social –expectativas y realidades– con redistribución del ingreso. La información se vuelve variopinta cuando la agenda pública del paraíso ecuatoriano es igual a la guatemalteca, esto es, sus problemas son la delincuencia, el desempleo, la economía, en proporciones similares. El “paraíso” tiende a calificarse. Más aún cuando en el “paraíso socialista” ecuatoriano, la población habría llegado al “nirvana” de la distribución de la riqueza, esto es, que el 58% de los ecuatorianos cree es muy justa y justa la distribución de la riqueza y del ingreso (Venezuela, el segundo en la región, nos sigue en esta inefable creencia 15 puntos por detrás), respalda, como el que más, a la economía de mercado, cree que las privatizaciones son el mejor sistema y sublimiza a los servicios públicos privatizados (presumo a aquellos de la “larga noche neoliberal”…, aunque, según yo supongo, Ecuador atravesó por un neoliberalismo más o menos tenue inflado en estos años por la publicidad gubernamental destinada a construir “el” enemigo público).

El panorama descrito –que precisaría de muchos párrafos adicionales– se vuelve más complejo y confuso cuando la encuesta trata los resultados de percepción de la población por su pertenencia a una clase social. Los ecuatorianos “somos” (nos creemos), en bastante más de la mitad, parte de la clase media. Apenas somos superados en esta creencia, reflejada en la encuesta, por los bolivianos, país campeón de la clase media de América Latina (este parece ser el mejor resultado obtenido por la ALBA, las creencias). Recordemos que son percepciones. Lo que la gente percibe es lo que le orienta a actuar en política. Pero no le cambia de clase social (si así fuera, los populistas ya habrían logrado varias vueltas de “revolución social”). Los “datos duros” (medidas de la realidad) contrastan/dan términos de realidad a las percepciones.

Los datos del Banco Mundial sobre clases medias/sectores de ingreso medio más exactamente (los más sólidos para la región en este tema a mi criterio) dicen que en 2009 la dimensión de las “clases medias” ecuatorianas era de 21% del total, 30 puntos por debajo de lo que los ecuatorianos nos percibíamos a nosotros mismos como 51% en 2013. Entonces, ¿cómo resolver la contradicción? La “realidad real” nos dice que somos un país normal en proceso de cambio, influenciado por el “viento de cola” del crecimiento que vive esta parte del mundo. En tanto, los ecuatorianos hemos sido convencidos, al fin por algo o por alguien, que hemos llegado al paraíso del socialismo del siglo XXI, o desde la dimensión de la teoría clásica, al paraíso del capitalismo, esto es, con una gigantesca (para un país en desarrollo) clase media que consuma.

¿Es una información confusa? ¿Existen problemas en el instrumento? O, como en principio creo, la cuestión reside en el objeto. En la población ecuatoriana y en buena parte de la latinoamericana están incubándose nuevos parámetros para una democracia soft/ligera, de alta vulnerabilidad por los ritmos de consumo y de baja sostenibilidad por los valores y la aproximación a las instituciones. En suma, estamos frente a una construcción operada por la percepción de movilidad y avasallada por los efectos del crecimiento y el consumo (que no es redistribución), la que crea una imagen superficial de inclusión social y política. Se trata de democracias menos “densas”, esto es, que atribuyen la pobreza a la institucionalidad y atribuyen la abundancia a la democracia. Esta correlación exacta es, más bien, una exacta distorsión estratégica.

Para el(los) poder(es), las encuestas son “chimbas” cuando afectan a sus intereses, mientras que son una verdad irrefutable cuando sirven para sus propósitos.